lunes, 10 de abril de 2017

Haz como si me quisieras



I
Enrique se sorprendió, aunque no demasiado, cuando al mirar el correo se encontró con un mensaje, a través de LinkedIn que venía de una compañera de la facultad. El nombre no era especialmente común, Marisa Fernández Gallego y, desde luego, él no conocía más que a una persona que se llamara así. No debía vivir muy lejos de él, porque alguna vez habían coincidido en el metro, durante unas pocas estaciones, al ir a trabajar. Siempre sucedía cuando a él se le habían pegado las sábanas e iba con unos diez minutos de retraso y sólo coincidían durante cuatro estaciones, casi al principio de su viaje, y charlaban brevemente, por lo que él sabía que estaba viviendo con su novio de la facultad del último curso, relación que le había separado del grupo de compañeros que solían juntarse para ir a tomar unas cañas, aunque él no sabía todavía si el causante era él, o ella o, quizás, los dos.

Decidió leer el mensaje, que era muy breve, ya que se limitaba a decirle:

Hola Enrique, perdona que te moleste. Me gustaría que me llamaras lo antes que puedas.
Besos,
Marisa
Y a continuación añadía un número de móvil

Aprovechó lo que le quedaba de pausa para el café para llamarla y se encontró con una Marisa muy decaída:
-  Hola Marisa, soy Enrique. ¿Cómo estás?
-  Hola Enrique. Muchas gracias por responderme tan rápido. Como me imagino que estarás trabajando, seré muy breve: Me he quedado sin trabajo y sin casa y me gustaría saber si me puedes acoger en la tuya, aunque sea sólo por esta noche.
-  Cuenta con ello Marisa y será por el tiempo que necesites. ¿Qué te ha pasado? ¿Estás bien?
- Me llevará mucho tiempo contártelo así que prefiero hacerlo cuando hayas salido. Por cierto ¿a qué hora sales?
-  Los viernes salgo a las tres y llego a casa sobre las cuatro menos cuarto.
-  ¿Podríamos vernos allí a esa hora?
- Si, claro, allí nos veremos. Y mientras comemos me cuentas lo ocurrido ¿te parece?
-  Muchas gracias Enrique. No sabes el favor que me haces.

Enrique le dio la dirección y se disculpó por tener que terminar tan pronto la llamada, pero tenía una reunión y no podía demorarse.

Una vez terminada la reunión, empezó a darle vueltas a lo que podría haberle ocurrido a Marisa, pero como no lo sabría hasta que ella se lo contara, siguió con su trabajo esperando a que llegaran las tres para ir a casa y enterarse.


II
Por suerte, tenía el piso bastante ordenado e, incluso, tenía comida hecha para los dos, a falta de preparar una ensalada. Así que no le daría mala impresión a Marisa.

En realidad no sabría decir si eran amigos o no. Desde luego había sido una buena compañera, y en no pocas ocasiones habían compartido los apuntes. Pero como era muy guapa, y también simpática, tenía muchos pretendientes y Enrique no estaba por la labor de unirse a ese grupo. Cuando empezó a salir con Alfonso, que no era del curso, se separó del grupo fuera de las clases pero, curiosamente, fue a partir de ese año cuando tuvieron más relación, por la cuestión de los apuntes. Era simpática y le caía muy bien, pero no habían hablado a solas demasiado a menudo, por lo que él no tenía muy claro si eran solo compañeros o había algo de amistad.

A la hora prevista llegó al portal y allí estaba Marisa, que no llevaba más que una mochila que hacía la función de bolso. Él le sonrió al acercarse y ella le devolvió una sonrisa que era sincera aunque mezclada con los ojos llorosos que mostraban su estado de ánimo. Ella se abrazó a Enrique, mientras le daba las gracias, y él le dio ánimos y la invitó a pasar, mientras le decía que tendría que esperar a que preparara la ensalada para empezar a comer.

Ella le dijo que si le parecía bien, podían hacerlo a medias, por lo que la prepararon en un periquete y, ya en la mesa, Marisa le contó su situación.

-  Si ayer por la mañana nos hubiéramos encontrado en el metro, me hubieras visto como siempre, porque no tenía ni idea de lo que me esperaba.
Nada más llegar al trabajo nos convocaron a una reunión en la que nos dijeron que la empresa había decidido un cambio organizativo que suponía una reducción de plantilla del 40%. Los despidos eran inmediatos y, como te puedes imaginar, yo estaba entre los despedidos. Me dieron la carta de despido, acompañada de un cheque con la liquidación, y me dijeron que fuera a mi sitio sólo si tenía algún objeto personal y que me fuera a casa sin preocuparme por los trabajos en curso, cosa que me sorprendió bastante porque tenía un par de cosas de bastante envergadura a punto de terminar.
Como no tenía nada personal en mi mesa, porque variaba con mucha frecuencia, me fui a la puerta despidiéndome de las personas con las que me cruzaba. Mi jefe estaba presente y sabía lo de los trabajos pendientes, pero no hizo el menor ademán de hablarme, por lo que decidí irme sin darle la memoria USB que llevaba en la mochila con las últimas versiones, prácticamente terminadas, ya que ese día vencía el plazo para entregarlas. Si quería algo, ya me llamaría, aunque lo más probable es que no lo hiciera.
Me fui a casa y empecé a darle vueltas a la nueva situación. Esperé a que Alfonso llegara a casa para contárselo y lo que no me podía imaginar era su reacción. Cuando terminé de contarle lo ocurrido, me dijo:
    "Marisa, lo siento por ti, pero tienes un problema. Mañana es día uno y una de dos, o me pagas todos los gastos del mes, incluida una provisión para los servicios, o a mediodía coges tus cosas y te vas, porque yo no voy a mantenerte ni a dejarte que vivas aquí sin pagar. Si tienes ahorros y quieres seguir como hasta ahora, mientras puedas pagar todos los gastos puedes hacerlo, pero pagando cada mes por adelantado y en las salidas que hagamos juntos, también me tendrás que pagar por adelantado lo que vayamos a gastar"
   Yo le respondí que, la verdad, no me esperaba de él esa reacción. Nunca me imaginé que fuera tan materialista, ni que careciera de sentimientos, así es que le dije que me iría de su casa antes de las doce.
Por descontado he dormido en otra habitación y me he levantado cuando él ya no estaba. Me ha dejado en la mesa de la cocina su estimación de los gastos que no había pagado todavía y le dejé el dinero al irme, para no tener que volver a hablar con él. He dormido poco y mal, y le he dado muchas vueltas a la cabeza. Por suerte tengo algunos ahorros y confío en encontrar pronto algún trabajo, porque si no, me veré obligada a volver al pueblo, a casa de mis padres, y la verdad es que no me apetece nada.
He pensado que quizás tu estarías dispuesto a echarme una mano, durante unos días, mientras busco una habitación en un piso compartido, y por eso me decidí a escribirte, y no sabes cómo te agradezco tu respuesta, tan rápida y amable.

- La verdad, Marisa, es que es un palo tremendo, y tu cara lo muestra claramente. Puedo entender la sorpresa que te llevaste con el despido de la empresa, pero la reacción de Alfonso esa sí que me parece alucinante.
   Tendremos que hablar un poco de cómo organizarnos aquí mientras estés, pero por mi parte no te tienes que preocupar. Puedes quedarte hasta que encuentres trabajo y no te pediré que me pagues nada hasta que vuelvas a tener ingresos. Tampoco te tienes que sentir obligada a que salgamos juntos, aunque para empezar, si lo quieres, podrás venir cuando vaya con los de la Facultad. Seguro que estarán encantados de volverte a ver.
Ahora, lo más importante es que te dediques a buscar trabajo sin perder ni un minuto, y también a rehacer tu vida. Pero deberías empezar a comer algo, porque no te has tomado ni la mitad de la ensalada, salvo que el motivo sea que no te gusta nada la ensalada.

Continuaron la comida y Enrique procuró llevar la conversación a otros temas para que Marisa se fuera tranquilizando. Después de comer la acompañó a su coche para recoger sus cosas y Marisa se convenció de que era mejor no ir ese fin de semana a su pueblo, ya que no lo tenía previsto.

Cuando llegó la hora de cenar, Enrique le dijo que había quedado con varios de la Facultad, pero ella prefirió no ir porque estaba muy afectada, y prefirió quedarse ordenando sus cosas. Cuando volvió, hacia medianoche, ella todavía estaba despierta y con ganas de hablar, sobre todo para agradecerle lo bien que se estaba portando con ella, cuando nunca antes habían tenido una relación demasiado próxima.

     III

Pasaron unos meses y tras varios procesos de selección, Marisa encontró un trabajo no muy diferente del anterior aunque, por fortuna para ella, algo mejor pagado. En ese tiempo se había fraguado una relación de amistad sincera entre los dos, que en el caso de Marisa llevaba añadida una enorme gratitud, porque le había facilitado mucho la recomposición de su vida.

Un viernes, cuando ya había cobrado el primer sueldo del nuevo trabajo, Marisa se decidió a hablar con Enrique para revisar su situación. Ella había entendido que él esperaba que, sin prisa pero sin pausa, ella se buscara otra vivienda, pero Marisa estaba muy a gusto compartiendo el piso con Enrique. Desde luego ya no había ningún motivo para que ella no pagara su parte de los gastos, pero temía que Enrique prefiriera volver a vivir solo.

Preparó una cena que sabía que a él le gustaba y, previamente, le había preguntado si le podía dedicar el resto del día. Enrique se imaginaba algo, porque desde los primeros días nunca habían vuelto a hablar de las condiciones de la estancia de Marisa. Para él era obvio que, por fortuna, la Marisa actual nada tenía que ver con la que llegó por primera vez a su casa y sabía que, antes o después, alguno de los dos tendría que sacar el tema.

Después de cenar, Marisa se puso sentimental y comenzó a decirle lo agradecida que estaba por como la había acogido. También le comentó lo contenta que estaba por la amistad que había surgido entre los dos, amistad que le había ayudado muchísimo a superar el bache que había pasado y le preguntó si le podía hacer una propuesta para el futuro:
-  Propón lo que quieras, y salvo que sea una burrada, lo más probable es que la acepte, porque ya sabes la enorme influencia que tienes sobre mí. Como te puedes imaginar, yo también te estoy muy agradecido por la alegría que has traído contigo; no desde el primer momento, claro, pero si desde hace ya varios meses. Así que estoy deseando escuchar tu propuesta.
-  Cuando me acogiste en tu casa, me quedó claro que podía quedarme mientras no tuviera trabajo. Ahora lo tengo y por lo tanto hay que volver a plantear la cuestión. A mí me gusta vivir contigo y me gustaría seguir aquí, aunque como te puedes imaginar contribuyendo económicamente con la mitad de los gastos, más una cantidad razonable en concepto de alquiler, así que espero que aceptes mi presencia con esas condiciones.
-  Me parece bien lo que propones; a mí también me gusta tenerte de compañera de piso, así que sólo falta es que tú pongas las condiciones económicas.
-  Yo esperaba que fueras tú el que las pusieras, por lo que no tengo nada pensado. Miraré lo que se paga por aquí y te lo diré. ¡Qué suerte que también tú quieras compartir el piso conmigo!. ¡Esto hay que celebrarlo! pero me gustaría hacerlo en la intimidad de nuestra casa, porque ya puedo decir que la compartimos ¿no?
-  Lo podías decir desde el primer día y respecto a la celebración, la haremos como tú prefieras. Me has pedido que te dedique el resto del día y me pongo en tus manos. Lo que quieras hacer, lo haré con mucho gusto.
-  De momento, una vez que recojamos la mesa, me gustaría que bailáramos un poquito. Nunca lo hemos hecho y no me explico por qué.
-  Pues a mí me parece que es bastante sencillo de explicar. Los primeros cursos había una cola tremenda para bailar contigo, y no me apetecía competir con tantos chicos que te iban detrás. Después te enrollaste con Alfonso y él te acaparó hasta separarte del grupo. Y cuando viniste aquí, estabas tan machacada que no te lo pedí por si no te apetecía y te sentías obligada. Pero ahora no te ocultaré que me encanta la idea y que no se me ocurre nada mejor para empezar esta velada. Así que, si te parece, vamos a recoger y nos ponemos a bailar la música que tu prefieras.

Estuvieron bailando un buen rato, después se sentaron en el sofá a charlar, pero abrazados, y al cabo de un rato Marisa decidió indicarle la dirección de su habitación y allí pasaron el resto de la noche haciendo el amor hasta que se durmieron.

IV

Durante el año siguiente las visitas al otro dormitorio se fueron haciendo cada vez más frecuentes, pero sin perder la libertad para ir con quien quisieran. Otro viernes Marisa le pidió una velada en exclusiva porque había decidido declararle su amor.

Pero el amor no era compartido por los dos. Marisa se había ido enamorando de Enrique, pero para él Marisa era una amiga del alma, con la que siempre estaba bien, pero no estaba enamorado, y así se lo explicó.

Ella le preguntó que con cuantas se había acostado desde que lo hiciera con ella por primera vez y la respuesta fue que con ninguna, porque ninguna le atraía como ella; pero no quería engañarla y su sentimiento era el de una profunda amistad unida a una atracción sexual muy intensa.

Marisa se lo pensó y mientras le acariciaba le dijo:
- Una vez más, permíteme que te haga una propuesta. Te agradezco tu sinceridad, pero aún sabiendo lo que sientes me gustaría tener una relación más estrecha contigo, de modo que, por favor, haz como si me quisieras. No hace falta que me digas que me quieres, pero por favor no me digas que no me quieres y si un día te cansas de esa relación, sencillamente dímelo y actuaremos en consecuencia.
-  De acuerdo Marisa, así lo haremos. No creo que haya gran diferencia respecto a la situación actual, salvo que compartiremos la cama, ¿no?
-  Sí, si tu lo quieres.

La vida siguió y sus amigos no salían de su asombro. Aunque no eran pareja, Marisa se quedó embarazada dos veces y tuvieron dos niñas y se comportaban como un matrimonio de los muy enamorados. Cuando las hijas se habían emancipado, un día Enrique le pidió a Marisa compartir una velada. Preparó una cena especial y una vez terminada, le dijo a su pareja:
-  Marisa, hace treinta años que vivimos juntos y estoy encantado de como nos ha ido. Poco a poco, sin apenas darme cuenta, me he ido enamorando de ti. No me preguntes desde cuándo, porque no lo sé, pero creo que  después de que nacieran las niñas. Aunque no hemos vuelto a hablar del asunto, lo cierto es que desde hace tiempo no actúo como si te quisiera, porque estoy enamorado de ti, y quiero que lo sepas y que, si tú sigues enamorada, podamos decidir ser una pareja comprometida.
-  Pues si que has tardado en decirlo. Tanto que, ahora, la que ya no está enamorada soy yo, y no te quiero engañar. Parece que nuestro sino es mantener este extraño tipo de pareja, que por raro que sea parece tener una solidez muy superior a la de la mayoría de las parejas convencionales.
-  ¿Puedo preguntarte si es porque estás enamorada de otro?
-  No seas tonto Enrique. Si así fuera, ya lo sabrías. No, nunca desde que estamos juntos he ido con otro, ni he tenido ganas de hacerlo.

Enrique se quedó pensativo y mientras la acariciaba le dijo:
- Marisa, permíteme que esta vez sea yo el que te haga una propuesta. Te agradezco tu sinceridad pero aún sabiendo lo que sientes me gustaría mantener contigo la relación tan estrecha que hemos tenido hasta ahora, de modo que, por favor, haz como si me quisieras. No hace falta que me digas que me quieres, pero por favor no me digas que no me quieres y si un día te cansas de esta relación, por favor dímelo y actuaremos en consecuencia.
-  De acuerdo Enrique, así lo haremos. Me parece que ahora me toca decir a mí que creo que no habrá ninguna diferencia respecto a la situación actual ¿no?