I
Enrique se sorprendió, aunque no
demasiado, cuando al mirar el correo se encontró con un mensaje, a través de
LinkedIn que venía de una compañera de la facultad. El nombre no era
especialmente común, Marisa Fernández Gallego y, desde luego, él no conocía más
que a una persona que se llamara así. No debía vivir muy lejos de él, porque
alguna vez habían coincidido en el metro, durante unas pocas estaciones, al ir
a trabajar. Siempre sucedía cuando a él se le habían pegado las sábanas e iba
con unos diez minutos de retraso y sólo coincidían durante cuatro estaciones,
casi al principio de su viaje, y charlaban brevemente, por lo que él sabía que
estaba viviendo con su novio de la facultad del último curso, relación que le
había separado del grupo de compañeros que solían juntarse para ir a tomar unas
cañas, aunque él no sabía todavía si el causante era él, o ella o, quizás, los
dos.
Decidió leer el mensaje, que era muy
breve, ya que se limitaba a decirle:
Hola Enrique, perdona que te
moleste. Me gustaría que me llamaras lo antes que puedas.
Besos,
Marisa
Y a continuación añadía un número
de móvil
Aprovechó lo que le quedaba de
pausa para el café para llamarla y se encontró con una Marisa muy decaída:
- Hola Marisa, soy Enrique. ¿Cómo estás?
- Hola Enrique. Muchas gracias por responderme
tan rápido. Como me imagino que estarás trabajando, seré muy breve: Me he
quedado sin trabajo y sin casa y me gustaría saber si me puedes acoger en la
tuya, aunque sea sólo por esta noche.
- Cuenta con ello Marisa y será por el tiempo
que necesites. ¿Qué te ha pasado? ¿Estás bien?
- Me llevará mucho tiempo contártelo así que
prefiero hacerlo cuando hayas salido. Por cierto ¿a qué hora sales?
- Los viernes salgo a las tres y llego a casa
sobre las cuatro menos cuarto.
- ¿Podríamos vernos allí a esa hora?
- Si, claro, allí nos veremos. Y mientras
comemos me cuentas lo ocurrido ¿te parece?
- Muchas gracias Enrique. No sabes el favor que
me haces.
Enrique le dio la dirección y se
disculpó por tener que terminar tan pronto la llamada, pero tenía una reunión y
no podía demorarse.
Una vez terminada la reunión,
empezó a darle vueltas a lo que podría haberle ocurrido a Marisa, pero como no lo
sabría hasta que ella se lo contara, siguió con su trabajo esperando a que
llegaran las tres para ir a casa y enterarse.
II
Por suerte, tenía el piso
bastante ordenado e, incluso, tenía comida hecha para los dos, a falta de
preparar una ensalada. Así que no le daría mala impresión a Marisa.
En realidad no sabría decir si
eran amigos o no. Desde luego había sido una buena compañera, y en no pocas
ocasiones habían compartido los apuntes. Pero como era muy guapa, y también
simpática, tenía muchos pretendientes y Enrique no estaba por la labor de
unirse a ese grupo. Cuando empezó a salir con Alfonso, que no era del curso, se
separó del grupo fuera de las clases pero, curiosamente, fue a partir de ese
año cuando tuvieron más relación, por la cuestión de los apuntes. Era simpática
y le caía muy bien, pero no habían hablado a solas demasiado a menudo, por lo
que él no tenía muy claro si eran solo compañeros o había algo de amistad.
A la hora prevista llegó al
portal y allí estaba Marisa, que no llevaba más que una mochila que hacía la
función de bolso. Él le sonrió al acercarse y ella le devolvió una sonrisa que
era sincera aunque mezclada con los ojos llorosos que mostraban su estado de
ánimo. Ella se abrazó a Enrique, mientras le daba las gracias, y él le dio
ánimos y la invitó a pasar, mientras le decía que tendría que esperar a que
preparara la ensalada para empezar a comer.
Ella le dijo que si le parecía
bien, podían hacerlo a medias, por lo que la prepararon en un periquete y, ya
en la mesa, Marisa le contó su situación.
- Si ayer por la mañana nos hubiéramos
encontrado en el metro, me hubieras visto como siempre, porque no tenía ni idea
de lo que me esperaba.
Nada más
llegar al trabajo nos convocaron a una reunión en la que nos dijeron que la
empresa había decidido un cambio organizativo que suponía una reducción de
plantilla del 40%. Los despidos eran inmediatos y, como te puedes imaginar, yo
estaba entre los despedidos. Me dieron la carta de despido, acompañada de un
cheque con la liquidación, y me dijeron que fuera a mi sitio sólo si tenía
algún objeto personal y que me fuera a casa sin preocuparme por los trabajos en
curso, cosa que me sorprendió bastante porque tenía un par de cosas de bastante
envergadura a punto de terminar.
Como no
tenía nada personal en mi mesa, porque variaba con mucha frecuencia, me fui a
la puerta despidiéndome de las personas con las que me cruzaba. Mi jefe estaba
presente y sabía lo de los trabajos pendientes, pero no hizo el menor ademán de
hablarme, por lo que decidí irme sin darle la memoria USB que llevaba en la
mochila con las últimas versiones, prácticamente terminadas, ya que ese día
vencía el plazo para entregarlas. Si quería algo, ya me llamaría, aunque lo más
probable es que no lo hiciera.
Me fui a
casa y empecé a darle vueltas a la nueva situación. Esperé a que Alfonso
llegara a casa para contárselo y lo que no me podía imaginar era su reacción.
Cuando terminé de contarle lo ocurrido, me dijo:
"Marisa, lo siento por ti, pero tienes
un problema. Mañana es día uno y una de dos, o me pagas todos los gastos del
mes, incluida una provisión para los servicios, o a mediodía coges tus cosas y
te vas, porque yo no voy a mantenerte ni a dejarte que vivas aquí sin pagar. Si
tienes ahorros y quieres seguir como hasta ahora, mientras puedas pagar todos los
gastos puedes hacerlo, pero pagando cada mes por adelantado y en las salidas
que hagamos juntos, también me tendrás que pagar por adelantado lo que vayamos
a gastar"
Yo le respondí que, la verdad, no me
esperaba de él esa reacción. Nunca me imaginé que fuera tan materialista, ni
que careciera de sentimientos, así es que le dije que me iría de su casa antes
de las doce.
Por
descontado he dormido en otra habitación y me he levantado cuando él ya no
estaba. Me ha dejado en la mesa de la cocina su estimación de los gastos que no
había pagado todavía y le dejé el dinero al irme, para no tener que volver a
hablar con él. He dormido poco y mal, y le he dado muchas vueltas a la cabeza.
Por suerte tengo algunos ahorros y confío en encontrar pronto algún trabajo, porque
si no, me veré obligada a volver al pueblo, a casa de mis padres, y la verdad
es que no me apetece nada.
He
pensado que quizás tu estarías dispuesto a echarme una mano, durante unos días,
mientras busco una habitación en un piso compartido, y por eso me decidí a
escribirte, y no sabes cómo te agradezco tu respuesta, tan rápida y amable.
- La verdad, Marisa, es que es un palo tremendo,
y tu cara lo muestra claramente. Puedo entender la sorpresa que te llevaste con
el despido de la empresa, pero la reacción de Alfonso esa sí que me parece
alucinante.
Tendremos que hablar un poco de cómo
organizarnos aquí mientras estés, pero por mi parte no te tienes que preocupar.
Puedes quedarte hasta que encuentres trabajo y no te pediré que me pagues nada
hasta que vuelvas a tener ingresos. Tampoco te tienes que sentir obligada a que
salgamos juntos, aunque para empezar, si lo quieres, podrás venir cuando vaya
con los de la Facultad. Seguro que estarán encantados de volverte a ver.
Ahora, lo
más importante es que te dediques a buscar trabajo sin perder ni un minuto, y
también a rehacer tu vida. Pero deberías empezar a comer algo, porque no te has
tomado ni la mitad de la ensalada, salvo que el motivo sea que no te gusta nada
la ensalada.
Continuaron la comida y Enrique
procuró llevar la conversación a otros temas para que Marisa se fuera
tranquilizando. Después de comer la acompañó a su coche para recoger sus cosas
y Marisa se convenció de que era mejor no ir ese fin de semana a su pueblo, ya
que no lo tenía previsto.
Cuando llegó la hora de cenar,
Enrique le dijo que había quedado con varios de la Facultad, pero ella prefirió
no ir porque estaba muy afectada, y prefirió quedarse ordenando sus cosas.
Cuando volvió, hacia medianoche, ella todavía estaba despierta y con ganas de
hablar, sobre todo para agradecerle lo bien que se estaba portando con ella,
cuando nunca antes habían tenido una relación demasiado próxima.
III
Pasaron unos meses y tras varios
procesos de selección, Marisa encontró un trabajo no muy diferente del anterior
aunque, por fortuna para ella, algo mejor pagado. En ese tiempo se había fraguado
una relación de amistad sincera entre los dos, que en el caso de Marisa llevaba
añadida una enorme gratitud, porque le había facilitado mucho la recomposición
de su vida.
Un viernes, cuando ya había
cobrado el primer sueldo del nuevo trabajo, Marisa se decidió a hablar con
Enrique para revisar su situación. Ella había entendido que él esperaba que,
sin prisa pero sin pausa, ella se buscara otra vivienda, pero Marisa estaba muy
a gusto compartiendo el piso con Enrique. Desde luego ya no había ningún motivo
para que ella no pagara su parte de los gastos, pero temía que Enrique
prefiriera volver a vivir solo.
Preparó una cena que sabía que a él
le gustaba y, previamente, le había preguntado si le podía dedicar el resto del
día. Enrique se imaginaba algo, porque desde los primeros días nunca habían
vuelto a hablar de las condiciones de la estancia de Marisa. Para él era obvio
que, por fortuna, la Marisa actual nada tenía que ver con la que llegó por
primera vez a su casa y sabía que, antes o después, alguno de los dos tendría
que sacar el tema.
Después de cenar, Marisa se
puso sentimental y comenzó a decirle lo agradecida que estaba por como la había
acogido. También le comentó lo contenta que estaba por la amistad que había
surgido entre los dos, amistad que le había ayudado muchísimo a superar el
bache que había pasado y le preguntó si le podía hacer una propuesta para el
futuro:
- Propón lo que quieras, y salvo que sea una
burrada, lo más probable es que la acepte, porque ya sabes la enorme influencia
que tienes sobre mí. Como te puedes imaginar, yo también te estoy muy agradecido
por la alegría que has traído contigo; no desde el primer momento, claro, pero
si desde hace ya varios meses. Así que estoy deseando escuchar tu propuesta.
- Cuando me acogiste en tu casa, me quedó claro
que podía quedarme mientras no tuviera trabajo. Ahora lo tengo y por lo tanto
hay que volver a plantear la cuestión. A mí me gusta vivir contigo y me
gustaría seguir aquí, aunque como te puedes imaginar contribuyendo
económicamente con la mitad de los gastos, más una cantidad razonable en concepto
de alquiler, así que espero que aceptes mi presencia con esas condiciones.
- Me parece bien lo que propones; a mí también
me gusta tenerte de compañera de piso, así que sólo falta es que tú pongas las
condiciones económicas.
- Yo esperaba que fueras tú el que las pusieras, por lo que no tengo nada pensado. Miraré lo que se paga por aquí y te lo diré. ¡Qué
suerte que también tú quieras compartir el piso conmigo!. ¡Esto hay que
celebrarlo! pero me gustaría hacerlo en la intimidad de nuestra casa, porque ya
puedo decir que la compartimos ¿no?
- Lo podías decir desde el primer día y respecto
a la celebración, la haremos como tú prefieras. Me has pedido que te dedique el
resto del día y me pongo en tus manos. Lo que quieras hacer, lo haré con mucho
gusto.
- De momento, una vez que recojamos la mesa, me
gustaría que bailáramos un poquito. Nunca lo hemos hecho y no me explico por
qué.
- Pues a mí me parece que es bastante sencillo
de explicar. Los primeros cursos había una cola tremenda para bailar contigo, y
no me apetecía competir con tantos chicos que te iban detrás. Después te
enrollaste con Alfonso y él te acaparó hasta separarte del grupo. Y cuando
viniste aquí, estabas tan machacada que no te lo pedí por si no te apetecía y
te sentías obligada. Pero ahora no te ocultaré que me encanta la idea y que no
se me ocurre nada mejor para empezar esta velada. Así que, si te parece, vamos
a recoger y nos ponemos a bailar la música que tu prefieras.
Estuvieron bailando un buen rato,
después se sentaron en el sofá a charlar, pero abrazados, y al cabo de un rato
Marisa decidió indicarle la dirección de su habitación y allí pasaron el resto
de la noche haciendo el amor hasta que se durmieron.
IV
Durante el año siguiente las
visitas al otro dormitorio se fueron haciendo cada vez más frecuentes, pero sin
perder la libertad para ir con quien quisieran. Otro viernes Marisa le pidió una
velada en exclusiva porque había decidido declararle su amor.
Pero el amor no era compartido
por los dos. Marisa se había ido enamorando de Enrique, pero para él Marisa era
una amiga del alma, con la que siempre estaba bien, pero no estaba enamorado, y
así se lo explicó.
Ella le preguntó que con cuantas
se había acostado desde que lo hiciera con ella por primera vez y la respuesta
fue que con ninguna, porque ninguna le atraía como ella; pero no quería
engañarla y su sentimiento era el de una profunda amistad unida a una atracción
sexual muy intensa.
Marisa se lo pensó y mientras le
acariciaba le dijo:
- Una vez más, permíteme que te haga una
propuesta. Te agradezco tu sinceridad, pero aún sabiendo lo que sientes me
gustaría tener una relación más estrecha contigo, de modo que, por favor, haz
como si me quisieras. No hace falta que me digas que me quieres, pero por favor
no me digas que no me quieres y si un día te cansas de esa relación, sencillamente
dímelo y actuaremos en consecuencia.
- De acuerdo Marisa, así lo haremos. No creo que
haya gran diferencia respecto a la situación actual, salvo que compartiremos la
cama, ¿no?
- Sí, si tu lo quieres.
La vida siguió y sus amigos no
salían de su asombro. Aunque no eran pareja, Marisa se quedó embarazada dos
veces y tuvieron dos niñas y se comportaban como un matrimonio de los muy
enamorados. Cuando las hijas se habían emancipado, un día Enrique le pidió a
Marisa compartir una velada. Preparó una cena especial y una vez terminada, le
dijo a su pareja:
- Marisa, hace treinta años que vivimos juntos y
estoy encantado de como nos ha ido. Poco a poco, sin apenas darme cuenta, me he
ido enamorando de ti. No me preguntes desde cuándo, porque no lo sé, pero creo
que después de que nacieran las niñas. Aunque
no hemos vuelto a hablar del asunto, lo cierto es que desde hace tiempo no
actúo como si te quisiera, porque estoy enamorado de ti, y quiero que lo sepas
y que, si tú sigues enamorada, podamos decidir ser una pareja comprometida.
- Pues si que has tardado en decirlo. Tanto que,
ahora, la que ya no está enamorada soy yo, y no te quiero engañar. Parece que
nuestro sino es mantener este extraño tipo de pareja, que por raro que sea parece
tener una solidez muy superior a la de la mayoría de las parejas
convencionales.
- ¿Puedo preguntarte si es porque estás
enamorada de otro?
- No seas tonto Enrique. Si así fuera, ya lo
sabrías. No, nunca desde que estamos juntos he ido con otro, ni he tenido ganas
de hacerlo.
Enrique se quedó pensativo y
mientras la acariciaba le dijo:
- Marisa, permíteme que esta vez sea yo el que
te haga una propuesta. Te agradezco tu sinceridad pero aún sabiendo lo que
sientes me gustaría mantener contigo la relación tan estrecha que hemos tenido
hasta ahora, de modo que, por favor, haz como si me quisieras. No hace falta que
me digas que me quieres, pero por favor no me digas que no me quieres y si un
día te cansas de esta relación, por favor dímelo y actuaremos en consecuencia.
- De acuerdo Enrique, así lo haremos. Me parece que
ahora me toca decir a mí que creo que no habrá ninguna diferencia respecto a la
situación actual ¿no?