Sin duda alguna la viabilidad del sistema de pensiones es uno de los grandes problemas que tiene planteados la sociedad española a medio plazo, dado que el sistema de reparto vigente sólo es viable si el volumen de las cotizaciones crece, en términos reales, de forma continuada.
En épocas de crecimiento bajo de la economía, o peor aún de recesión, las cuentas de la Seguridad Social comienzan a tener problemas, y si la mala situación económica se prolonga, comienza a presentar la cara el riesgo de quiebra del sistema de pensiones.
Desgraciadamente ahora estamos en esa situación, y la buena noticia es que, antes que en ocasiones anteriores, los partidos políticos, que están dispuestos a consensuar este asunto para retrasar en lo posible la quiebra del sistema, se han puesto a analizar las posibles soluciones.
Como es obvio, las posibles soluciones son sólo dos, o una mezcla de ambas: el aumento de las cotizaciones y la reducción de las prestaciones. El aumento de las cotizaciones es complicado en época de vacas flacas, porque empeoraría la situación de las empresas y, aún más, el empleo; la reducción de las prestaciones es impensable para los actuales pensionistas, que tienen garantizado por ley el aumento conforme al IPC y, en consecuencia, sólo queda, a la espera de la nueva etapa de crecimiento que aumente la recaudación por la vía del aumento de los cotizantes, la reducción de las prestaciones a los nuevos pensionistas.
Por eso no es de extrañar que se haya vuelto a plantear la necesidad de pasar a un método de cálculo que tenga en cuenta las cotizaciones de toda la vida laboral para fijar las nuevas pensiones. Este sistema, que sin duda es más justo que el actual, tiene además la ventaja de que promoverá en el futuro un aumento de las bases de cotización de los más jóvenes para acercarlas a los salarios reales.
Los críticos con este sistema argumentan precisamente lo contrario, ya que, según ellos, el uso de la totalidad de la vida laboral en el cálculo, unido al aumento de las pensiones mínimas con porcentajes muy superiores al IPC, llevará a una reducción de las bases de cotización.
Este argumento sería cierto si las pensiones mínimas llegaran a superar al salario mínimo, base por debajo de la cual no se puede cotizar. Como esta hipótesis es impensable en un esquema de inviabilidad del sistema de pensiones a largo plazo, la propuesta es, por el contrario, más que razonable.
Por razones políticas obvias, la modificación se hará de forma progresiva, aumentando cada año en uno, o como mucho dos, los años a tener en cuenta para el cálculo desde los quince actuales, lo que supondría un periodo de entre 10 y 20 años para llegar al cálculo con toda la vida laboral.
Si ésto se lleva a cabo, saldrán perjudicados aquellos futuros pensionistas que hayan cotizado en bases inferiores entre los quince y los nuevos años de cálculo anteriores a su jubilación, y se quedarán igual los que no estén en esa situación.
En épocas de crecimiento bajo de la economía, o peor aún de recesión, las cuentas de la Seguridad Social comienzan a tener problemas, y si la mala situación económica se prolonga, comienza a presentar la cara el riesgo de quiebra del sistema de pensiones.
Desgraciadamente ahora estamos en esa situación, y la buena noticia es que, antes que en ocasiones anteriores, los partidos políticos, que están dispuestos a consensuar este asunto para retrasar en lo posible la quiebra del sistema, se han puesto a analizar las posibles soluciones.
Como es obvio, las posibles soluciones son sólo dos, o una mezcla de ambas: el aumento de las cotizaciones y la reducción de las prestaciones. El aumento de las cotizaciones es complicado en época de vacas flacas, porque empeoraría la situación de las empresas y, aún más, el empleo; la reducción de las prestaciones es impensable para los actuales pensionistas, que tienen garantizado por ley el aumento conforme al IPC y, en consecuencia, sólo queda, a la espera de la nueva etapa de crecimiento que aumente la recaudación por la vía del aumento de los cotizantes, la reducción de las prestaciones a los nuevos pensionistas.
Por eso no es de extrañar que se haya vuelto a plantear la necesidad de pasar a un método de cálculo que tenga en cuenta las cotizaciones de toda la vida laboral para fijar las nuevas pensiones. Este sistema, que sin duda es más justo que el actual, tiene además la ventaja de que promoverá en el futuro un aumento de las bases de cotización de los más jóvenes para acercarlas a los salarios reales.
Los críticos con este sistema argumentan precisamente lo contrario, ya que, según ellos, el uso de la totalidad de la vida laboral en el cálculo, unido al aumento de las pensiones mínimas con porcentajes muy superiores al IPC, llevará a una reducción de las bases de cotización.
Este argumento sería cierto si las pensiones mínimas llegaran a superar al salario mínimo, base por debajo de la cual no se puede cotizar. Como esta hipótesis es impensable en un esquema de inviabilidad del sistema de pensiones a largo plazo, la propuesta es, por el contrario, más que razonable.
Por razones políticas obvias, la modificación se hará de forma progresiva, aumentando cada año en uno, o como mucho dos, los años a tener en cuenta para el cálculo desde los quince actuales, lo que supondría un periodo de entre 10 y 20 años para llegar al cálculo con toda la vida laboral.
Si ésto se lleva a cabo, saldrán perjudicados aquellos futuros pensionistas que hayan cotizado en bases inferiores entre los quince y los nuevos años de cálculo anteriores a su jubilación, y se quedarán igual los que no estén en esa situación.
Por descontado cabe la posibilidad de que el aumento no se lleve a la totalidad de la vida sino a los últimos 20 ó 25 años de la vida laboral, con lo que quedaría margen para nuevos aumentos en crisis venideras. No parece que se vayan a plantear el inicio del cambio hacia el único sistema viable de forma indefinida que es el sistema de capitalización.