I
Cloty iba en el metro, de vuelta
a casa una vez terminada su última jornada del año, y se estaba planteando si
ella debía cambiar algo en su vida a lo largo del año 2017, que empezaría a
medianoche del día siguiente.
A sus cuarenta y cinco años, por
primera vez desde los trece no saldría de fiesta en Nochevieja. No le había
salido ningún plan atractivo, pero tampoco le importaba apenas nada, porque no
tenía nadie apetecible con quien celebrar el Año Nuevo.
Los años habían pasado y aunque
todavía se veía guapa, desde hacía unos meses había empezado a coger algunos
quilos, lo que le hacía pensar que pronto le llegaría la menopausia. Y
seguramente no era la única en pensarlo, porque cuando salía, tanto si iba sola
o acompañada de alguna amiga, ya no se le acercaban tantos moscones como antes,
lo que lejos de molestarla le hacía sentirse más libre, ya que no tenía que
responder a tantas chorradas ya escuchadas miles de veces durante sus salidas.
Su trabajo de comercial le
gustaba y le permitía tener una economía más que suficiente para sus
necesidades. Era dueña de su casa, no era muy gastona y tenía un colchón
suficiente para afrontar el futuro sin problemas económicos.
Pero creía que debía ir dejando
poco a poco las casi obligadas salidas nocturnas de los fines de semana e irse
dedicando a otras aficiones que había mantenido semiabandonadas, porque sus
continuos ligues no le dejaban suficiente tiempo para atenderlas mínimamente.
Quizás para el próximo verano se
podría aventurar a aceptar la pertinaz invitación de Almendralejo, uno de sus mejores
clientes y además de los más antiguos, que cada año le proponía que se uniera a
un grupo que hacían viajes de un par de semanas por rutas que él encontraba de
lo más interesantes. Le había parado tantas veces los pies en los distintos
eventos profesionales en que se encontraban, que sus seguras insinuaciones, si
es que al final se decidía a ir, no serían una molestia especial.
Mientras pensaba esto, se dio
cuenta de que un viajero, sentado en la fila de enfrente, pero en la esquina
opuesta a la suya, se fijaba en ella atentamente.
¿Será que le ha llamado la
atención la sonrisa que me ha salido al pensar en la más que probable
invitación de Almendralejo? pensó para sí, y como era su costumbre, mantuvo la
mirada a la persona que le miraba. Debía tener más o menos su edad, era guapo y
tenía buena planta y su indisimulada calva no lo estropeaba demasiado. Tenía
una media sonrisa que parecía perenne e iba bien vestido. No le importaría nada
que le dijera alguna cosa para iniciar la conversación.
II
Ernesto iba en el metro, de
vuelta a casa una vez terminada su última jornada del año, y estaba pensando
que un año más tendría una Nochevieja tranquila en la que no se vestiría de
fiesta, ni tomaría las uvas ni tampoco brindaría con cava, porque la pasaría
sólo, en su casa, y se iría a dormir poco después de las campanadas.
Nunca se había casado, y las
pocas veces en que había iniciado una convivencia con alguna de las numerosas
parejas coyunturales que había tenido la cosa había durado poco. A veces por su
culpa, seguramente era demasiado independiente y la vida en pareja le oprimía,
aunque otras quien había fallado era la compañera. En realidad estaba
convencido de que nunca se había enamorado de verdad.
Su trabajo de comercial le
gustaba y le permitía tener una economía más que suficiente para sus
necesidades. Era dueño de su piso, no era muy gastón y tenía un colchón
suficiente para afrontar el futuro sin problemas económicos.
Desde hacía algunos años había ido
reduciendo, poco a poco, las salidas nocturnas de los fines de semana y se
había dedicado a sus otras aficiones. Cuando salía seguía teniendo bastante
éxito y rara vez volvía a casa sin haber pasado un buen rato con alguna nueva
conocida que, al cabo de algunas semanas pasaba a la situación de los buenos
recuerdos previa al olvido más o menos absoluto, casi siempre porque él no
deseaba un contacto demasiado frecuente, o al menos esa era su impresión.
Mientras pensaba ésto, se fijó en
una viajera que iba sentada en la fila de enfrente, pero en la esquina opuesta
a la suya, porque tenía una sonrisa muy especial. Era muy guapa, y aunque
parecía tener una edad parecida a la suya, el acababa de cumplir los cuarenta y
siete, iba vestida con un estilo algo más juvenil de lo que, a su parecer,
correspondía a su edad. Por ponerle un pero, aunque la encontraba casi perfecta,
pensaba que quizás estaría aún mejor con unos pocos quilos menos.
¿Cuál sería la causa de la
sonrisa que tanto le había llamado la atención? Probablemente era feliz y se
estaba acordando de alguna situación divertida. Lástima que no se hubiera
fijado en ella unas estaciones antes, porque habría podido comprobar si su cara
había estado sonriente todo el trayecto o si ,como él imaginaba, la sonrisa
había aparecido de repente. No le importaría nada que surgiera la oportunidad
de iniciar con ella una conversación.
Mientras pensaba esto, se dio
cuenta de que ella le estaba mirando fijamente, seguramente porque ella, a su
vez, había notado que él la estaba mirando.
Le dedicó su mejor sonrisa y pensó para sí que si se bajaba en una
estación próxima a la suya, él también lo haría para intentar cambiar con ella
alguna palabra.
No tuvo que forzar nada, porque
resultó que ella se levantó para bajar en Rios Rosas, la misma estación a la que
iba él, y le vino todo rodado para levantarse y cederle el paso cuando ella se
aproximó a la puerta.
Ella le dio las gracias con gran
amabilidad y él lo entendió como una invitación a seguir la conversación.
Esperó a ver si salía hacia la derecha o hacia la izquierda y cuando ella tomó
su camino él le pidió permiso para acompañarla:
- Señorita, ya que parece que vamos por el mismo
camino ¿me permite que la acompañe, aunque sea solo un tramo?
- ¿Hacia dónde va usted exactamente? Si me permite
la pregunta.
- Voy hacia mi casa, en la calle Boix y Morer
22.
-
Pues sí, vamos por el mismo camino durante un tramo, aunque yo voy algo más
lejos, de modo que no me parece mal que me acompañe hasta la esquina de su
calle con Filipinas.
- Permítame que me presente, mi nombre es
Ernesto y es para mí un placer tener la oportunidad de hacer con usted ese
trayecto.
- Yo soy Cloty y tengo algo de curiosidad de
saber por qué se ha fijado en mí en el metro.
- Aunque supongo que pensará que ha sido por lo
guapa que es usted, que es verdad que lo es, la realidad ha sido un poco
diferente. De repente me he encontrado con su maravillosa sonrisa, no sé si
porque ha aparecido en ese momento o si ya la tenía anteriormente, pero lo
cierto es que me ha llamado la atención.
- ¡Vaya! si que es usted amable y también
observador. Seguramente la ha visto usted nada más aparecer, o muy poco
después, porque efectivamente me he acordado de una situación divertida y me ha
debido salir la sonrisa. Nunca me hubiera imaginado una respuesta tan sencilla
y, a la vez, tan veraz. Me alegro de que le guste mi sonrisa. La verdad es que
me imaginaba que estaba usted intentado ligar conmigo.
- No le voy a negar que me encantaría tener la
oportunidad de poder iniciar una relación amistosa con usted, pero el motivo de
que me fijara en usted no ha sido otro que su sonrisa.
- ¿Cómo y cuando le gustaría a usted explorar la
posibilidad de conversar juntos?
- Eso lo dejo a su elección, siempre que sea
compatible con mi horario de trabajo. Vivo solo y no tengo ataduras, de modo
que será fácil adaptarme a su disponibilidad.
- Suelo desayunar en esta cafetería que estamos pasando
ahora y suelo entrar a las ocho y cuarto y estar unos quince minutos.
- Si me lo permite, mañana la estaré esperando
a esa hora.
- Mañana no iré a trabajar de modo que
seguramente iré un poco más tarde. ¿Le parece bien a las nueve?
- Yo también tengo fiesta mañana, así que iré a
las nueve y quizás tenga la suerte de que le apetezca prolongar un poco más el
desayuno.
Ya estamos llegando a su calle,
de modo que nos veremos mañana a las nueve, le dijo mientras le extendía la
mano para despedirse.
III
Ernesto llegó cuando faltaban un
par de minutos para las nueve y al entrar en la cafetería vio de refilón que
Cloty iba unos cincuenta metros detrás de él. Lo que significaba que le gustaba
la puntualidad. Prefirió no hacerse el despistado y la saludó con la mano
mientras echaba el pie atrás para esperarla en la puerta.
Ella le contestó con otro saludo
y apresuró un poco el paso hasta llegar a la puerta de la cafetería.
- Buenos días Cloty, me alegro de volver a verla,
le dijo mientras le extendía la mano.
- Buenos días Ernesto, yo también me alegro de
verte -le dijo mientras le daba la mano y a continuación un beso en cada
mejilla que el devolvió encantado-
Entraron en la cafetería y Cloty
se fue hacia una mesa bastante alejada de la puerta y se sentó, haciendo una
seña a Ernesto para que se sentara enfrente. Cuando llegó el camarero le
preguntó a Cloty si deseaba lo de siempre cuando se sentaba en la mesa y ella
le dijo que sí. Ernesto le dijo que lo mismo para él y el camarero se alejó con
una sonrisa un tanto socarrona.
Empezaron a hablar y se contaron
cual era su trabajo, su situación sentimental, que era muy parecida, las cosas
que hacían en sus ratos libres y rápidamente se dieron cuenta de que se
entendían bastante bien. Llegó el desayuno y dieron buena cuenta de él mientras
seguían hablando. Cuando se dieron cuenta, habían dado las diez y media, se
rieron del tiempo transcurrido, pagó Ernesto, aunque Cloty le dijo que no se
acostumbrara a ello, si quería que fueran más veces juntos, y se fueron andando
hacia los Teatros del Canal para ver si Cloty podía comprar unas entradas para
ella y algunas de sus amigas.
En el camino, Ernesto le preguntó
por sus planes para esa noche, pero ella no tenía muchas ganas de contárselo.
Para salir del paso le preguntó por los suyos y Ernesto le dijo el sencillo y
tranquilo plan que tenía para pasar de año. Ella se echó a reír y, tras
pensárselo un poco, al final decidió decirle que su plan era muy parecido.
Ernesto le propuso que cenaran
juntos en la casa que ella prefiriera y ella le dijo que de acuerdo, pero que
prefería en su propia casa, para no tener que salir a la calle de madrugada, aunque
a las dos, como muy tarde, se tendrían que despedir.
Así lo hicieron y lo pasaron muy
bien, cena sencilla y tranquila, brindis de cava, sin uvas, mientras sonaban
las campanadas en la Puerta del Sol, beso de felicitación del nuevo año y
tertulia amena hasta la una y media, en que a Cloty, que estaba bastante
cansada, se le escapó un bostezo bien disimulado, pero no lo suficiente como
para que Ernesto no se diera cuenta y a los pocos segundos le dijera que lo
mejor era dejar en ese punto la estupenda reunión, no sin antes asegurarse de
que el lunes siguiente a las ocho y cuarto se encontrarían para desayunar
juntos.
Ya en la cama Cloty se puso a
pensar en lo ocurrido y llegó a la conclusión de que ya había empezado a
cumplir su plan para ese año y que quizás, solo quizás, Ernesto podría ser el
primer ejemplo del nuevo tipo de relación que le gustaría tener en adelante.