La idea de que la economía financiera no forma parte de la economía real es un error introducido por los primeros ideólogos marxistas, cuya aplicación tuvo como consecuencia la falta de homogeneidad, y por tanto de comparabilidad, de las cuentas nacionales presentadas por los países de las dos zonas económicas.
Durante la guerra fría, la diferencia favorecía estéticamente a los países de economía de mercado, que podían presentar una diferencia de renta superior a la que en realidad existía, pero también era un argumento propagandístico de primera para que los países de economía planificada acusaran de hacer trampas en las cuentas a los países de economía de mercado y así esconder las diferencias de renta que, en la realidad, eran bastante notables.
Incluso en España durante algunas décadas se detrajo artificialmente de la Contabilidad Nacional una parte muy relevante del valor añadido del sector financiero, lo que obligó, una vez incorporados al entonces llamado Mercado Común, a aumentar nuestro PIB.
La economía de una zona, sea ésta del alcance geográfico que sea, sólo puede ser real, y para estar bien medida tiene que incluir todos los bienes y servicios prestados, o recibidos, independientemente de su procedencia o destino y, por tanto, debe incluir la totalidad de los servicios financieros.
El problema financiero, que está en la base de los problemas actuales de la economía mundial, tiene algunos componentes de economía real (el más básico, generalizando, es que el sistema financiero ha accedido a prestar dinero, de forma masiva, a personas y empresas que, en buena lógica, NO podrían devolver las deudas contraídas) y otros de economía irreal (el intento vano de convertir en préstamos de alta calidad los anteriormente citados, con el mecanismo, complejo en la ejecución pero sencillo en la idea, de introducirlos en cajas negras, para impedir que se conociera su calificación objetiva, y envolverlos convenientemente con un nombre ampuloso y una etiqueta de una marca solvente que, por descontado, no se haría cargo de los previsibles impagos)
Considero que los créditos con alto riesgo de impago forman parte de la economía real porque el servicio financiero se ha prestado, ya que los créditos se han concedido y los beneficiarios han recibido su importe y lo han empleado en actividades económicas reales. Su posterior impago también forma parte de la economía real porque el tenedor final de los créditos deja de recibir los intereses acordados y la devolución del principal, una vez que se dejan de pagar las cuotas a su vencimiento.
Considero que el paso de la calificación objetiva de alto, o muy alto riesgo, a la de bajo, o muy bajo riesgo, por el mero hecho de empaquetarlos y pasarlos por una sucesión de cesiones, que sólo tiene por objeto que el comprador final haya perdido la trazabilidad del crédito que compra y su única información sea la calidad de quién pone la etiqueta, es parte de la economía irreal porque en todo ese proceso no varía un ápice el riesgo para el comprador final, que en no pocas ocasiones ha sido incluso engañado respecto al contenido de lo que compraba.
Como sostiene el dicho frecuentemente empleado en política, es posible engañar a unos pocos durante mucho tiempo, incluso durante toda su vida, y también es posible engañar a todos durante un periodo de tiempo limitado, pero NO es posible engañar a todos durante mucho tiempo.
Trasladado a la economía, es posible introducir en la economía real unos pocos elementos de economía irreal durante mucho tiempo, pero NO es posible introducir de forma masiva elementos de la economía irreal en la economía real durante mucho tiempo. Lo que no es óbice para que unos pocos se hayan enriquecido escandalosamente mientras ha durado el engaño.
Lo que ha fallado estrepitosamente no es la economía real, ni la economía de mercado, ni el mayor grado de liberalización ni la globalización, lo que ha fallado es la supervisión a todos los niveles, consecuencia de la pérdida de valores derivada de que el dinero haya pasado a ser el único objetivo de la mayoría, que ha tenido como consecuencia que aquél que no esté de acuerdo en mirar para otro lado, cuando se topa con las operaciones que benefician a los política o económicamente poderosos, sea expulsado fuera del paraíso del bienestar.
Los políticos tienen ahora la necesidad de corregir lo que tanto daño está haciendo, y el primer afán de la mayoría de ellos es alejarse de la responsabilidad que les corresponde en el asunto, para poder continuar en sus puestos. El segundo objetivo será que los poderosos no queden descontentos, también para que los políticos puedan continuar en sus puestos, y el tercero, si es que queda sitio para un tercero, será corregir la situación para que el conjunto de la sociedad sufra algo menos las consecuencias, no vaya a ser que, a través de las votaciones, les dejen compuestos y sin escaño.