sábado, 21 de noviembre de 2009

Los problemas del mercado laboral en España: aspectos macroeconómicos

España destaca, por desgracia, por su muy elevada tasa de paro, se mire como se mire y se compare con quien se compare.

Hay sin embargo algunos aspectos que permiten matizar algo las terribles cifras y, en algún caso, sugerir alguna medida que pueda paliar, en el futuro, el problema:

- Los portavoces del Gobierno, directos e indirectos, han empezado a decir que si en lugar del número de ocupados se compararan las horas trabajadas, los datos de nuestro país no serían tan negativos en relación con los de nuestros vecinos, porque en esos países reparten mejor el trabajo en las épocas de escasez. Sea cierto o no, aunque parece que en buena medida lo es, el reparto del trabajo existente se presenta como una vía a desarrollar para paliar el problema. No debería ser muy complicado adaptar la normativa de la seguridad social para conseguir que no fuera más costoso para los empresarios reducir temporalmente las horas trabajadas por un conjunto relevante de su plantilla que despedir a una parte de ella, siempre con una reducción similar del conjunto de las horas trabajadas; los trabajadores seguro que en la inmensa mayoría de los casos estarían de acuerdo en repartir el esfuerzo entre todos y la seguridad social debería colaborar no pretendiendo ahorrarse el 100% del coste de las prestaciones de desempleo evitadas.

- Otro lugar común, éste de muy difícil cuantificación, es el que dice que la mayor parte de los nuevos parados está, en realidad, trabajando en la economía sumergida, con lo que los supuestos parados ganan más que si no hubieran perdido el empleo, especialmente mientras cobran el subsidio de desempleo. Es más que probable que la economía sumergida sea en nuestro país más elevada que en la mayoría de nuestros vecinos y parece razonable pensar que en etapas de crisis económica haya más economía sumergida que en épocas de bonanza pero, en todo caso, parece exagerado pensar que la actividad económica total, declarada y sumergida, apenas se haya reducido, porque hay excesivos indicadores, el más importante de todos el consumo final de bienes y servicios, que indican lo contrario. Corresponde al Gobierno eliminar las trabas, legales pero absurdas, que se oponen al desarrollo de actividades lícitas, mediante exigencias burocráticas no justificadas, por parte del Gobierno central, del autonómico o del municipal y, también, realizar el control efectivo que dificulte la economía sumergida.

Hay otros aspectos macroeconómicos, derivados del incremento del paro que también son muy relevantes. El más curioso es el crecimiento de la productividad de nuestra economía (que debería decirse siempre con el nombre completo productividad aparente del factor trabajo para ser siempre conscientes de que es un dato aparente y que por tanto sólo da una idea de la realidad en situaciones de estabilidad del resto de los factores) que va asociado a la reducción del número de personas ocupadas por dos motivos, uno real (si se quedan sin ocupación personas que tenían poco trabajo, es razonable que crezca la productividad media de los que quedan) y otro ficticio, ya que las personas que se han quedado en esta crisis sin trabajo son, en mayor proporción, las que tienen menor cualificación y, en consecuencia, aunque el resto de las personas ocupadas mantengan su productividad anterior, la productividad media también aumenta, pero lo hace de forma aparente.

También debe incluirse en los aspectos macroeconómicos inducidos por el aumento del desempleo, más concretamente por el temor de los que siguen ocupados a perder su ocupación en un futuro no muy lejano, la reducción del consumo de las familias que no han visto mermados sus ingresos que, en estos casos tiene su compensación exacta en el aumento del ahorro familiar, que está siendo espectacular ya que ha pasado de 8 al 18% de la renta familiar disponible, ahorro que en muchos casos es aplicado directamente a la reducción de la deuda de las mismas familias que lo aumentan.

Otros aspectos, no menos relevantes por la repercusión que tienen en el conjunto de la actividad económica, son la reducción de los nuevos créditos obtenidos por las familias (algunos de forma voluntaria, asociados a la reducción de sus compras, y otros debido a la mayor dificultad de obtenerlos de las entidades financieras) y el empeoramiento de los ingresos públicos, tanto de la Seguridad Social, por la reducción de cotizantes, como de las haciendas de todas las Administraciones que, más bien después que antes, inducirán a una reducción de sus gastos y, más bien antes que después, llevarán a un aumento de la presión fiscal con el aumento de los impuestos, las tasas y las sanciones de todo tipo.

En consecuencia, el aumento del paro es un aspecto a evitar en la mayor medida posible no sólo por la tragedia que supone para millones de familias, sino también porque sus repercusiones en la actividad económica general son muy negativas, y de una intensidad tal que podrían costar el poder, en las próximas elecciones, a los partidos que actualmente gobiernan en no pocas administraciones de todo tipo, riesgo que quizás sea el incentivo que los partidos políticos necesitan para poner los medios necesarios para evitarlo.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Los problemas del mercado laboral en España: planteamiento

Uno de los pocos aspectos en que toda la sociedad española parece estar de acuerdo en el análisis de la actual situación económica, es el de valorar el elevado desempleo como la peor consecuencia de la crisis actual. Tan es así que hasta el propio Gobierno, tan dado a desconocer los aspectos negativos de la situación, ya empieza a admitir que sólo podremos decir que estamos saliendo de la crisis cuando empiece a aumentar, de forma estable y desestacionalizada, el número de personas que trabajan.

Se pueden diseñar políticas económicas alternativas para conseguir el deseado aumento del número de personas ocupadas, algunas de las cuales tendrán resultados más o menos elevados y con mayor o menor rapidez. Sin embargo, al margen de las políticas coyunturales que se puedan aplicar a corto plazo, sería bueno que la sociedad se planteara también el desarrollo de medidas estructurales que hagan que cuando llegue la próxima crisis, que antes o después aparecerá, afecte a nuestra sociedad con una pérdida de personas ocupadas lo más reducida posible.

Para hacer un planteamiento sensato de los problemas que tenemos que resolver, la forma más adecuada es definir cuales son los problemas más importantes de nuestro mercado laboral en cada una de las tres facetas que lo componen: marco legal (incluyendo la protección social) empleadores y personas ocupadas.

Desde el punto de vista del marco legal, los principales problemas son la rigidez de los procesos de entrada y salida de las personas en la actividad laboral, la existencia de una segmentación dual, en el caso de los trabajadores por cuenta ajena, que hace que los derechos adquiridos sean de una entidad muy diferente en función del grupo al que se pertenezca, y la existencia de una protección social que no promueve de forma eficaz la vuelta a la situación de ocupación a la mayor brevedad posible.

Desde el punto de vista de los empleadores, sus principales problemas son la necesidad de adaptarse al marco legal existente y la falta, en demasiadas ocasiones, de personas con una cualificación profesional adecuada para sus necesidades; sus principales carencias son la búsqueda del máximo beneficio a corto plazo, aunque sea a costa de realizar discriminaciones por multitud de causas (sexo, edad, situación familiar, origen, etc..) de tratar a los empleados de forma indigna o de incumplir las normas vigentes.

Desde el punto de vista de los trabajadores sus principales problemas son la precariedad en el empleo (si no están en el grupo de los hiperprotegidos) las dificultades para encontrar un nuevo trabajo, en caso de desempleo, y para desarrollar su cualificación profesional, las condiciones de trabajo, incluidos los salarios, que con demasiada frecuencia son manifiestamente inadecuadas, injustas y hasta degradantes; sus principales carencias, que también las tienen, son la escasa cualificación profesional, la rigidez para cambiar de tipo y de lugar de trabajo, y la falta de orientación al trabajo bien hecho.

A todo lo anterior hay que añadir el problema de las pensiones que, aunque ya se presentó en la crisis anterior y se le dio una solución razonable pero sólo transitoria, amenaza con volver a presentarse en un plazo no muy largo, aunque esta vez con una intensidad muy superior.

Una solución estable del conjunto de los problemas requiere obviamente cambios profundos en todas las facetas, algunos de los cuales requieren un consenso social importante, otros unas políticas que sólo presentarán sus resultados plenos en el largo plazo y todos ellos la implicación efectiva y permanente del conjunto de la sociedad.

Para definir las soluciones que se vayan a aplicar, parece razonable fijarse en lo que se ha hecho con éxito en otros países con culturas no excesivamente lejanas a la nuestra, no para copiar las políticas empleadas de forma mimética, sino para tomar las ideas buenas y trasladarlas a nuestras características específicas de forma integrada en un plan global y coherente que, por descontado, debe incluir las necesidades financieras implícitas y la forma de obtener los fondos necesarios.

La primera tarea a realizar, que obviamente corresponde al Gobierno, es la de convocar a todos los estamentos sociales implicados (partidos políticos y representantes de trabajadores y empresas) a la elaboración de un proyecto de pacto social que pretenda resolver el conjunto de los problemas.

martes, 3 de noviembre de 2009

¿Cómo gestionarían esta crisis Adam Smith y John Maynard Keynes?

La economía como ciencia ha tenido pocos avances desde que en el siglo XVIII Adam Smith (1723-1790) sentó las bases de la economía moderna. Digo esto porque el objetivo de cualquier ciencia es la elaboración de teorías que, para cualquier situación concreta con sus parámetros bien definidos, sean capaces de prever lo que ocurrirá, pero los economistas nos seguimos caracterizando por tener sólo la capacidad de prever lo que ya ha ocurrido.

Adam Smith, el primero y, para mí el más importante, de los economistas clásicos formuló en su libro conocido como La riqueza de las naciones, un conjunto de teorías que, a pesar de los enormes cambios que se han registrado en las sociedades y en la economía en los más de dos siglos transcurridos, en buena parte siguen estando hoy vigentes. Sus teorías y, sobre todo, su conocimiento del comportamiento humano le llevaría, probablemente, a seguir aconsejando políticas parecidas a las que promovía en su época, si hubiera tenido que analizar una situación económica como la actual.

Seguiría aconsejando el máximo de libertad para las actuaciones económicas, pero respetando la normativa legal existente, que, por su parte, debe ser la mínima necesaria para evitar los abusos de los económicamente más poderosos. Aspecto este último fundamental, aunque a menudo olvidado cuando se habla de las propuestas de Adam Smith.

También seguiría aconsejando que se intentara evitar que fueran los gobernantes los que tomaran las decisiones de política económica, ya que éstos, en su época como también ocurre ahora, las tomarían para favorecer los intereses de un segmento limitado de los ciudadanos y no del conjunto de ellos.

Uno de los pocos avances relevantes que la economía ha tenido en el siglo XX fue la aportación de John Maynard Keynes (1883-1946) que hizo propuestas muy eficaces para reducir la intensidad y la duración de las recesiones y crisis, mediante la política de inversión y endeudamiento públicos.

También siguen vigentes en la actualidad, siempre en mi opinión, las propuestas de Keynes aunque, como en el caso de Adam Smith, se olvidan aspectos fundamentales de sus propuestas para hacer ver que se está aplicando la política keynesiana cuando en realidad se está aplicando una variante de la misma mucho menos eficaz. El aspecto más relevante que se olvida de las propuestas de Keynes es que el dinero público que se introduce en el sistema económico en situaciones de crisis, recesión o depresión, (introducción que tiene la contrapartida negativa del aumento de la deuda pública en la misma cuantía en que se emplea) sólo es eficaz si promueve una actividad económica adicional a la directa, de forma que cuando se resta del resultado total de la actividad pública adicional, en términos de PIB, el coste de la deuda pública inducida (principal más intereses) tiene que quedar un resultado positivo; esto es lo que se conoce en teoría económica como el efecto multiplicador, que lógicamente tiene que ser superior a la unidad para que la política sea beneficiosa y que cuando es inferior a la unidad, como ocurre por ejemplo cuando se realizan obras publicas que sustituyen infraestructuras existentes por otras que no aportan ninguna, o poca, utilidad adicional, la inversión pública en vez de ser beneficiosa resulta perjudicial.

Si Keynes hubiera vivido una situación como la actual, probablemente habría aconsejado políticas parecidas a las que propuso hace casi un siglo, aunque lógicamente adaptadas al presente. Sería por tanto partidario de aumentar el gasto público, pero sólo en actividades que tuvieran un multiplicador igual o superior a la unidad.

Para mí, que soy partidario de Adam Smith y también de Keynes, es evidente que la actual situación económica se gestionaría mucho mejor si se aplicaran algunos conceptos básicos de las propuestas de ambos: la liberalización de la economía, evitando al máximo las situaciones de privilegio existentes (monopolios u oligopolios de hecho o de derecho) la presión social para que se reduzca lo máximo posible la corrupción, para que se recorten drásticamente los gastos públicos improductivos, para que las decisiones de política económica se tomen teniendo en cuenta los intereses generales y no sólo los particulares de las minorías próximas al poder político y para que la utilización del aumento transitorio del déficit público se haga exclusivamente para actividades con multiplicador igual o superior a la unidad, única forma de que el resultado de esta política sea positiva a medio y largo plazo. Obviamente, el empleo del dinero público en prestaciones sociales a las personas más necesitadas es una actividad de multiplicador superior a la unidad, siempre que responda a situaciones de necesidad real (lo que supondrá que la totalidad de la prestación se dedicará al consumo de bienes y servicios necesarios) y que no desincentive la vuelta a la actividad productiva de la persona que reciba la prestación tan pronto como sea posible.

Para terminar, considero interesante releer algunos textos de Adam Smith que creo que son aplicables en la actualidad, siempre que se hagan unas ligeras adaptaciones a la realidad de nuestros días:

“Las equivocaciones del Gobierno tienen una influencia mas directa y señalada en la pública prosperidad. Con todo, una larga experiencia nos ha hecho ver que la economía y moderación de los particulares compensa no sólo la prodigalidad é imprudencia de algunos individuos, sino también los gastos extraordinarios del Gobierno. La uniformidad constante de los esfuerzos que hace cada hombre para mejorar de condición, principio primitivo de la opulencia individual y nacional, tiene por lo común bastante vigor para mantener los progresos naturales de las cosas, á pesar de los gastos excesivos y de los errores mas grandes de los que mandan.”

Para este texto, la única adaptación a tener en cuenta sería que, dada la gran participación del gasto público en el PIB, los gastos excesivos y los errores más grandes de los que mandan pueden ser en la actualidad tan grandes que no baste con los esfuerzos conjuntos de los particulares para compensarlos.

“Vuelve el autor á tratar de los gastos del rico; y prueba con hechos y razones que los que no dexan rastro alguno después de hechos, deben mirarse como perdidos para el estado, y que los que provienen de un genio económico, de qualquier modo que sea, vienen al fin á convertirse en utilidad de la nación, aumentando la suma de las riquezas nacionales.”

Para este segundo texto, que en mi opinión enlaza perfectamente a Adam Smith con Keynes, la única adaptación requerida es que los gastos del rico deben entenderse como el conjunto de los gastos n o sólo de los muy ricos sino sobre todo de los gastos del estado, muy superiores a los de aquellos y, por tanto, más importantes.

“Es verdad que hay otra balanza, de que ya hemos hecho mención, muy diferente de la del comercio, la qual proporción que es favorable ó contraria, causa por necesidad la riqueza ó decadencia de la nación: esta balanza es la del producto y consumo, anual. Si el producto crece, el capital de la nación se aumenta con este sobrante, que viene á ser otra nueva fuente de producto. Si al contrario el consumo fuese mayor que el producto, el capital de la nación se disminuye, porque se ve obligada á tomar del capital lo que antes sacaba de su renta: entonces puede decirse que vuelve hacia atrás, y que camina visiblemente á su ruina”

Para este último texto, la adaptación pertinente sería la sustitución de la balanza anual por la balanza plurianual que contenga un ciclo económico completo y que, por tanto, permita compensar los déficit de las etapas de baja actividad con los superávit de los años de crecimiento.

Nota: Los textos de Adam Smith han sido extraídos del Compendio de La riqueza de las naciones del Marqués de Condorcet, traducido por Carlos Martínez de Irujo (1803)