miércoles, 21 de mayo de 2008

El ciclo económico y la tergiversación de los conceptos

De todos es conocido que la actividad económica está sujeta a ciclos, aunque su duración, tendencia media e intensidad sean muy variables y, además, imposibles de predecir. Cuando se estudia economía, se suele aprender una noción del ciclo económico y sus fases que contrasta enormemente con lo que luego se dice en los medios de comunicación.

Para la teoría económica el ciclo económico tiene cuatro fases: depresión, recuperación, auge y recesión.

La depresión es la fase en la que la actividad económica es la más baja del ciclo. Por tanto el ritmo de crecimiento de la actividad es el menor del ciclo o, en el caso de que la actividad económica se esté reduciendo, el ritmo de descenso es el más elevado. Esta fase se caracteriza por una menor utilización de la capacidad productiva, lo que lleva a su vez a un menor nivel de inversión.

La recuperación es la fase que sigue a la depresión y se caracteriza por una aceleración de la actividad que, en consecuencia, lleva a un aumento de la ocupación de la capacidad productiva y normalmente a un aumento de la inversión.

El auge es la fase que sigue a la recuperación y se caracteriza por una desaceleración de la actividad económica, que sigue creciendo pero a menor ritmo, normalmente como consecuencia de que en determinadas actividades se está utilizando toda la capacidad y no es posible aumentar la producción a corto plazo.

La recesión es la última fase del ciclo y se caracteriza por una desaceleración más rápida de la actividad que en la fase del auge. A esta fase de recesión le sigue una nueva fase de depresión con la que se inicia un nuevo ciclo.

Además hay otro concepto, crisis, que sirve tanto para las fases de crecimiento como para las de descenso de la actividad, ya que su significado es que la variación de la actividad se produce de forma muy rápida. En la realidad sólo se usa para las caídas de actividad, seguramente porque a nadie le parece que el crecimiento de la misma, por muy rápido que sea, deba ser considerado excesivo.

En buena lógica, a los gobernantes no les gusta nada esta terminología, porque cada cierto número de años estarían obligados a usar palabras políticamente tan poco correctas como recesión, primero, y depresión a continuación. Han preferido erradicarlas de su vocabulario e intentar que desaparezcan también de los medios de comunicación.

Además tienen para ello una justificación impecable; las expectativas son un elemento muy importante para la evolución futura de la economía y, por tanto, cualquier ministro de economía sensato tiene la obligación de presentar, siempre que se esté en las fases de recesión o de depresión, unas expectativas mejores que las que realmente existan.

Para hacer más fácil la desaparición de los conceptos de recesión y depresión, se han desarrollado unas metodologías para la elaboración de los datos de la actividad económica que suavizan las curvas de evolución, de forma que en las fases de recuperación y auge se dan cifras de actividad más bajas de las reales y, en justa compensación, los datos proporcionados son más elevados que la realidad en las innombrables fases de recesión y de depresión.

Para suavizar aún más el efecto, no se corrigen los datos por población, con lo que se consigue presentar series en las que prácticamente siempre la actividad de un periodo, medida como el PIB generado en el mismo, es siempre superior a la del periodo anterior aunque inferior a la del periodo posterior.

Y por si fuera poco, se ha conseguido acuñar una definición formal del concepto recesión que la hace poco menos que imposible: para aceptar que se está oficialmente en recesión la cifra de actividad publicada, maquillada implícitamente por la metodología empleada, se tiene que haber reducido durante al menos dos trimestres seguidos.

Pero la realidad es tozuda, y aunque las cifras oficiales aseguren que siempre se mejora (aunque admitan que a veces el ritmo de mejora es algo menor) la percepción de la población afectada por las fases de recesión y depresión es otra muy diferente, porque saben muy bien cuando crece su capacidad económica de compra y también cuando se reduce.

Por eso, en la actualidad, de forma oficial estamos todavía en la fase de auge, aunque curiosamente la percepción de la población sea que estamos en recesión, y sólo los más optimistas piensan que estamos al final de la fase de depresión.

Para muchos, la teoría económica es difícilmente aplicable a la realidad. Yo no comparto esta tesis y como muestra de porqué no la comparto, a continuación reproduzco lo que pone en el libro de Teoría Económica que estudié hace algunas décadas.
Recesión:.... La demanda de consumo desciende. Las inversiones que parecían rentables si se confirmaban las expectativas de crecimiento continuo de las ventas y precios, de repente no resultan provechosas. Los pagos de elevados intereses que parecían fáciles de soportar si seguía el aumento ininterrumpido de las ventas y precios, se transforman ahora en carga muy pesada. La quiebra de empresas poco frecuente en la fase del auge. Es ahora más común. Como resultado de lo anterior, la producción y el empleo descienden; como consecuencia del descenso del empleo también se reduce la renta y el gasto; a medida que la demanda decrece, nuevas empresas entran en dificultades. Los precios y los beneficios caen y la nueva inversión se reduce a un nivel muy bajo: es muy frecuente que ni tan sólo se reemplacen los bienes de capital deteriorados, puesto que la capacidad productiva no utilizada aumenta a un ritmo muy acelerado. Al llegar al final del declive, aparece un periodo de depresión total.....
La edición del libro es de 1975, el autor Richard G. Lipsey era profesor de economía de la Queen’s University de Kingston, Ontario y la traducción de J. Hortalá, catedrático de Teoría Económica de la Universidad de Barcelona.
¿Estaría pensando el autor en el actual sector español de la vivienda?