lunes, 11 de mayo de 2015

Patricia (relato de Javier Alcaide)



Patricia

I

Miguel había terminado su licenciatura en ADE y había decidido pasar cinco semanas en Scarborough estudiando inglés, para mejorarlo de cara a su futuro profesional. Sabía que los cursos de verano en Inglaterra tenían la fama, ganada a pulso durante décadas, de ser muy poco efectivos, pero el anuncio de la International Scarborough School incluía tres cuartos de hora de laboratorio de idiomas todas las tardes de lunes a viernes y ese aspecto le decidió a elegirla. Además Scarborough está casi en la frontera de Inglaterra con Escocia y quizás eso reduciría el número de españoles por metro cuadrado en julio y agosto.

Se fue allí en coche, compartiendo los gastos de gasóleo y peajes con otros tres jóvenes que se quedarían en Londres y para la vuelta ya vería como se las apañaba. Llegó a Scarborugh por la tarde, sin problemas para encontrar la casa en que se alojaría gracias al GPS y cuando llamó a la puerta le abrió un niño de unos diez u once años que directamente le preguntó si él era Miguel, el estudiante español que esperaban. Mientras Miguel se presentaba a Sammy, que así se llamaba el niño, apareció Pamela, Pam le pidió que le llamara, la madre del niño y de las otras cuatro niñas que vivían en la casa. Fred, el marido de Pam salió también a saludarle y le invitó a unirse al tea time que acababan de empezar.

Miguel agradeció la merienda, porque ya hacía rato que no probaba bocado y le pareció que, a pesar de los negros presagios, en aquella casa no comería tan mal como había previsto. Se presentó y conoció también a Margaret (Maggie), Linda, Michelle y Martha, las cuatro hermanas de mayor a menor. Conectó bien con Pam y Fred, seguramente porque se dieron cuenta de que se entendía bien con sus hijos. Les notó un poco sorprendidos de que no hubiera hecho preguntas por el número de hijos que tenían, y aún más cuando le oyeron decir que si ellos lo habían querido así, seguro que sería una gran felicidad tener cinco chavales en casa.

Como estaba cansado por el largo viaje, se fue a su habitación y quedó para desayunar al día siguiente a las siete y media, que sería la hora habitual de lunes a viernes, ya que a las ocho y media tenía que llegar a la escuela y no quería retrasarse.

Por la mañana, a las siete y media en punto bajó y comprobó la algarabía que los cinco hijos de Pam y Fred, dos adolescentes, Maggie y Linda, y el resto niños todavía, montaban en cada comida. Pam le preguntó si le importaba llevar a la escuela en su coche a una estudiante francesa que vivía con la familia de al lado, ya que si lo hacía se ahorraría mucho tiempo y algún dinero. Miguel le dijo que sí, que encantado, y Pam se fue corriendo a casa de la vecina para decírselo antes de que la francesa se fuera para ir en transporte público.

Cuando Miguel vio a Patricia, se encontró con una muchacha guapísima y más o menos de su edad que, por si fuera poco, se dirigió a él en un español más que correcto, aunque aderezado con un suave acento francés. 

Se atrevió a responderle en francés y ella sonrió y le dijo:

- ¡Vaya! un español joven que sabe francés. ¿No es eso poco común ahora?

- Según me ha contado mi padre –respondió Miguel- cuando él estudiaba la mayoría elegía el francés como lengua extranjera, pero ahora todo el mundo estudia inglés y la segunda lengua no es obligatoria, aunque yo elegí hacerla y que fuera el francés.

Se montaron en el coche y ella le fue guiando, aunque también tenía la ayuda del GPS. Le recomendó donde aparcar y, como iban con tiempo, no tuvo ningún problema para hacerlo bastante cerca. Patricia le enseñó la escuela y le indicó donde estaba el salón de actos y le adelantó el show que haría el director para que memorizaran el teléfono de la escuela, por si algún niño tenía algún problema. Quedaron en donde estaba el coche aparcado para volver a casa a comer y Miguel estuvo encantado por la oferta que le hizo de ir y volver siempre juntos, incluidas las salidas nocturnas, éstas últimas salvo que, algún día, alguno de los dos avisara al otro de lo contrario.


El show del director le pareció un tanto estrafalario y después de una hora de rollo, se fue a la clase que le habían asignado para hacer una prueba de nivel, según habían dicho. La prueba era super sencilla y luego pudo comprobar que era un paripé, porque en realidad la distribución la hacían por edades. Por la tarde se encontró con que estaba en la misma clase que Patricia, cosa que a ella no le extrañó nada, porque la mayoría de los alumnos no estaban apuntados a las clases de la tarde y todos los que habían contratado el laboratorio estaban en la misma clase. Patricia le hizo una seña para que se sentara a su lado y Miguel aceptó encantado.

Cuando salieron de clase, Patricia le preguntó qué le había parecido la escuela y Miguel le dijo lo que pensaba que, básicamente, era lo mismo que opinaba Patricia. Llegaron a casa y quedaron para salir sobre las siete y media, ya que el grupo con el que iba Patricia quedaba a las ocho en The Golden Apple, una cafetería que no estaba ni mal ni bien. Miguel le dio las gracias por acogerle en su grupo y ella le dijo que para ella había sido una suerte su llegada, no sólo por el coche, que le ahorraría mucho tiempo, sino especialmente porque esperaba que le ayudara a deshacerse de un parisino que le resultaba muy pesado.

Una vez en The Golden Apple, el grupo entró en una larga discusión sobre donde ir, cosa que al parecer se daba casi a diario. Al final decidieron ir a una discoteca que aquella tarde hacía un descuento a los alumnos de la escuela y Patricia le pidió que por nada del mundo se separara de su lado. Miguel estaba encantado de estar con ella, pero pensó que era mejor no hacérselo notar todavía.

Una vez en la discoteca, Miguel hizo lo que Patricia le había pedido y estaba super atento a sus señas, para hacer juntos lo que ella quisiera, bailar, sentarse y charlar o ir a por una bebida, cosa que también hacían juntos para evitar que el pesado metiera baza. Sólo en una ocasión, cuando empezaron una serie de canciones lentas, se dirigió a ella para preguntarle si quería bailar; ella le dijo que sí y le alabó su rapidez porque Philippe, el francés pesado, ya se estaba acercando para adelantarse. Una vez en la pista, y comprobada la cara de cabreo del franchute, se sinceró con ella y le dijo que en realidad él no le había visto acercarse, sino que se lo había preguntado porque tenía ganas de bailar con ella. Patricia le sonrió y por toda respuesta se acercó un poco más a él, gesto que no le pasó desapercibido a Philippe, que se alejó entre la gente con cara de muy pocos amigos y ya no le volvieron a ver en toda la tarde.

A los pocos días Patricia y Miguel ya habían tenido unas cuantas conversaciones sobre temas muy diversos, ya que siempre estaban juntos. Se habían contado lo que hacían cada uno, ella estudiaba derecho y todavía le faltaban dos años para terminar, porque a pesar de su madurez era dos años más joven que Miguel, y cuando terminara, pensaba trabajar en la empresa de su padre, una agencia inmobiliaria que empezaba a expandir su negocio en España. De todas formas esperaba poder hacer un master para completar su formación. Para tranquilidad de Miguel, no tenía pareja y, aparentemente, no tenía muchas ganas de tenerla.

Le sorprendió que Miguel, que ya había terminado la carrera, no tuviera claro que hacer a la vuelta del verano; se interesó muy de pasada por su situación sentimental y se creyó a medias que no tuviera pareja. Hablaron también sobre la lengua en la que hablarían en los ratos libres y al final decidieron que, como ya tenían bastante con la inmersión en inglés, entre ellos hablarían en francés un día y en español al siguiente, porque de esa manera los dos podrían mejorar la otra lengua.

Más difícil le resultó a Miguel resolver el tema de los gastos del coche, porque Patricia quería pagarle a toda costa por el servicio de transporte: Miguel no quería cobrarle nada y Patricia quería pagarle lo que no pagaba por el transporte público. Miguel le explicó que él nunca cobraba a sus amigos por viajes que él tenía que hacer de todas formas y al final lo zanjaron aceptando que ella pagara de vez en cuando lo que tomaran en The Golden Apple.

Cuando Miguel llevaba una semana, Patricia le dijo que esa tarde era la despedida de Phillipe, que por fin volvía a Paris. Hizo una pequeña fiesta de despedida a la que invitó a Patricia pero no a Miguel, al que obviamente no podía ni ver, pero el resultado fue que no fueron ninguno de los dos, ya que Patricia prefirió que Miguel y ella se fueran con el resto del grupo a la discoteca. Al empezar a bailar la primera tanda de lentas, Patricia puso algo más de distancia de lo habitual, que era que bailaran muy abrazados, y cuando Miguel se dio cuenta de que lo hacía a propósito, le preguntó si estaba molesta con él por algo:

-  No Miguel, no estoy molesta contigo por nada. Piensa que me he venido contigo en lugar de ir a la fiesta a la que no estabas invitado.

-  Mejor que sea así, pero me parece que hoy prefieres que no estemos tan juntos como de costumbre al bailar, y si eso es así será por alguna razón.

-  Sí, pero el motivo no es que yo esté molesta contigo, piensa que Phillipe ya no estará más y, por tanto, ya no hace falta que me hagas de escudero.

- Vaya, pensaba que bailábamos así porque nos apetecía a los dos y no sólo para alejar a ese parisino borde y pesado.

-  ¿Puedo preguntarte en que te afecta a ti que bailemos más o menos juntos?

-  Ya me lo has preguntado, y la respuesta es que me afecta no tanto por el hecho de bailar un poco más o menos juntos, como por que eso sea un signo de que quieras que tengamos l tipo de relación más distante.

-  ¿Y qué tipo de relación hemos tenido hasta ahora, según tú?

- La relación es entre dos, y por eso yo te puedo hablar de la que me gustaría a mí que tengamos en el futuro. Ten en cuenta que hace sólo una semana que nos conocemos, y es poco tiempo para que la relación esté asentada.

-  Y, hoy por hoy, ¿qué tipo de relación te gustaría que tuviéramos?

- La que creo que estamos teniendo hasta ahora. Tú me gustas mucho, tanto que creo que me estoy enamorando de ti. Como pasamos juntos la mayor parte del día, tenemos muchas ocasiones para hablar a solas y de esa manera nos vamos conociendo mejor. Como me gustas, me encanta bailar contigo tan juntos como tú desees y cuando te vayas a Montpellier te echaré de menos y procuraré que sigamos manteniendo el contacto. Si al final tus sentimientos y los míos coinciden, entonces me gustaría mucho que fuéramos una pareja.

- Vaya Miguel, eso es toda una declaración. ¿A cuántas chicas les has dicho lo mismo?

- Lo mismo no se lo he dicho a ninguna, porque con ninguna he tenido una relación como ésta pero, como te puedes imaginar, antes me han gustado otras chicas y a algunas se lo he dicho y a otras no, aunque por unas u otras razones nunca he llegado a tener una pareja estable durante mucho tiempo.

-  ¿Cuál crees que será mi respuesta?

- No lo sé. Me gustaría que te parezca bien lo que te he dicho y que también estés dispuesta a permitir que nuestra relación evolucione hacia una pareja si es que las cosas van bien. Pero si no lo deseas, entonces yo aceptaré el tipo de relación que desees tener conmigo. Lo que estoy seguro que no tendrás que hacer es buscarte otro muchacho que haga el papel que yo he hecho con Philippe, porque yo no te molestaré si tu prefieres no estar conmigo.

-  Miguel, no seas tonto que yo sí que quiero estar contigo. Voy a ser igual de sincera contigo, así que sí, tú también me gustas y me parece bien que nos sigamos conociendo para ver hasta dónde llega nuestra relación. Pero me temo que no deseo ir tan rápido como tú. Prefiero que sigamos siendo amigos, lo que significa que cada uno podrá ir con otras personas sin necesidad de contárselo al otro, si prefiere no hacerlo. Cuando cada uno esté en su casa, yo en Montpellier y tú donde encuentres trabajo o donde sigas estudiando, podremos seguir en contacto a través de internet, pero sin obligaciones de frecuencias ni de horarios. Tú me contarás lo que quieras contarme y yo, por mi parte, haré lo mismo. ¿Te parece bien?

- ¡Me parece estupendo Patricia! ¡No te puedes imaginar lo contento que estoy!

-  Entonces ¿a qué esperas para besarme?

- Ahora ya a nada, antes tenía cierto reparo en que te molestara si lo intentaba.



II

Las tres semanas siguientes, las últimas de la estancia de Patricia en Scarborough, se le pasaron a Miguel en un vuelo. Estaba contento porque su relación con Patricia iba muy bien. Algunas tardes se quedaban con las familias que les acogían, que eran bastante amigas entre sí y un día convencieron a Miguel de que el domingo siguiente hiciera una paella. El sábado los dos fueron a comprar los ingredientes y Miguel tenía miedo de no encontrar un arroz adecuado, pero tuvo suerte y encontró uno que parecía ser como el que él solía usar. Más difícil fue encontrar aceite de oliva español y al final se decidió por uno de marca italiana pero en cuyo envase ponía embotellado en Italia, lo que le dio esperanzas de que en realidad fuera español. 

La paella fue un rotundo éxito. La vecina, no se sabe cómo, consiguió una paellera bastante grande y tanto ella como Pam y por descontado Patricia, estuvieron a su lado todo el tiempo, con la excusa de hacer de pinches pero en realidad para intentar conocer los secretos de la paella. Miguel fue el único que pensó que no era de las mejores que había hecho, más bien al contrario, pero como el resto no las habían probado estaban tan contentos porque, insistían, era la mejor que habían probado nunca. Los niños era la primera vez que la tomaban y todos coincidieron en que Pam debería aprender a hacerla para repetirla a menudo. Miguel dudó mucho que lo hiciera, porque el tiempo que él le había dedicado era mucho más del que ella estaba dispuesta a emplear en hacer una comida.

A medida que pasaban los días, iba saliendo más el tema de cómo harían para verse en adelante. Un día Patricia le dijo que si él quería podrían verse a su vuelta a España porque ella estaría pasando el mes de agosto en La Escala con sus padres. Miguel le dijo que iría encantado y Patricia le comentó que sus padres le invitaban a pasar con ellos los días que quisiera.

Para acabar de redondear la vuelta, Jean, un compañero belga que terminaba la escuela el mismo día que él y que vivía al lado de la frontera con Francia, le había propuesto compartir los gastos si podía volver con él en su coche, con lo que ir después a La Escala no le supondría prolongar el recorrido. El único cambio en sus planes sería, a fin de cuentas, eliminar la estancia de dos o tres días en Londres que tenía prevista y retrasar la llegada a casa unos cuantos días más, los que él estuviera en La Escala.

Una vez ajustados los viajes, los dos estaban contentos porque pasarían unos días juntos en la playa. Miguel, a la vez, estaba preocupado porque no sabía cómo se lo tomarían los padres de Patricia. Ella intentaba tranquilizarle, porque su padre era hijo de españoles y su madre le conocería bien antes de que llegara, porque ella se encargaría de eso.

-   Eso sí, tendrás que hacer paella un día y otro tortilla de patata. Lo único que mi madre pondrá en duda, hasta que lo compruebe, es que sepas cocinar, porque siempre dice que esta generación será la que tenga el triste mérito de ser la responsable de la desaparición de la cocina tradicional, tanto en Francia como en España.

-      Por eso no te preocupes. Allí no habrá problema con los ingredientes y ya me dirás (pero sólo a mí, porfa) si notas diferencia o no con la paella de Scarborough.

A partir de entonces, Patricia cambió de tema de conversación estrella, porque estaba muy interesada en el futuro profesional de Miguel.

-    Miguel, si de verdad quieres que estemos cerca, lo mejor sería que buscaras trabajo en Barcelona. Con el TGV, o el Ave como le llamáis en España, el trayecto dura poquísimo y nos podríamos ver prácticamente todos los fines de semana, unos en Montpellier y otros en Barcelona.

-   Patricia, me parece muy bien lo que planteas. Espero ser capaz de encontrar un empleo en Barcelona, pero no sé si resultará tan fácil.

-      Si tú lo deseas, ya verás como sí que será fácil.



III 

El día previsto, sobre las diez de la noche Miguel llegó al chalet de la Escala en que estaban Patricia y sus padres, que se llamaban Antonio y Chantal.

Aunque era un poco tarde para ellos, le esperaban para cenar, ya que el Whatsapp le había permitido ir diciendo su situación a Patricia de vez en cuando. Lo que no le había dicho era que había salido de Bélgica a las cinco de la mañana, para evitar al máximo los peajes, porque estaba sin blanca.

La cena fue muy agradable. Hablaron en francés, porque Chantal hablaba muy poco español, pero cuando él tenía algún problema con la lengua, Patricia o su padre le echaban un cable. Miguel se quedó un tanto cortado cuando Patricia le llevó a la habitación que ocuparía, que no era otra que la suya. Había dos camas separadas pero, a pesar de eso, Patricia notó que estaba muy sorprendido.

-      Miguel ¿por qué te extraña tanto que compartamos la habitación?

-    Patricia, no me negarás que resulta un poco fuera de lo corriente que tú y yo compartamos habitación en la casa de tus padres, estando ellos y sabiendo, al menos tú, que nunca antes lo hemos hecho.

-      ¿Te da vergüenza?

-   No, Patricia. No me gustaría que mi sorpresa de lugar a ningún malentendido. De verdad te agradezco mucho, muchísimo, la confianza que me demuestras al ofrecérmelo, y también se lo agradezco a tus padres. Y yo estoy más que feliz de compartir la habitación contigo, pero por favor, no te cortes ni un pelo y dime lo que quieres que haga y también lo que no quieres que haga.

-    Tú no te preocupes por nada. Estas dos camas se pueden juntar en una, si es que así lo queremos y mis padres estarán contentos hagamos lo que hagamos, siempre que me vean contenta a mí.

Ésta es la primera vez que un muchacho comparte conmigo la habitación en casa, pero a decir verdad, el hecho de que lo haga creo que supondrá para mis padres más un alivio que una preocupación. Ahora, si te apetece, date una ducha para quitarte un poco el cansancio y cuando salgas yo ya estaré en mi cama. Espero que te mentas en ella para hablar un buen rato y después, cuando de verdad vayamos a dormir, creo que será mejor que te pases a la otra.
Así lo hizo Miguel, y primero hablaron un buen rato de lo que habían hecho en los días que hacía que no se veían. Mientras, las caricias se fueron sucediendo y terminaron haciendo el amor. Cuando por la mañana Chantal les llamó a desayunar, todavía estaban los dos en la cama de Patricia, aunque totalmente dormidos. Se levantaron, se rieron de ver la cama de Miguel sin deshacer y se fueron a desayunar.

Ni Chantal ni Antonio preguntaron nada a su hija cuando Miguel se ausentó un momento para ir al baño, porque les bastaba con ver su cara para notar lo feliz que estaba. Antes de ir a la playa hicieron la habitación y unieron las camas en una. Miguel no cabía en sí de felicidad, pero no las tenía todas consigo.

-      Patricia -le dijo a su amiga- ¿puedo hacerte una pregunta?

-      Claro que puedes ¿Qué te preocupa?

- Sólo querría saber si anoche estuviste siempre a gusto y si la respuesta es que sí, querría preguntarte que relación nos une ahora.

-    ¡Mira que llegas a ser tonto! ¡Claro que estuve a gusto! Y la relación que nos une ahora es precisamente la de pareja que tú me dijiste en Scarborough que te gustaría intentar.

Se fundieron en un abrazo mientras reían felices de que las cosas les fueran tan bien. Aquella noche Miguel hizo una tortilla de patata para cenar y a los dos días preparó la paella comprometida. En la sobremesa de la paella, Patricia no perdió la ocasión de pinchar un poco a su madre para que diera su opinión.

-  ¿Mamá, qué te ha parecido la paella de un joven de la nueva generación?

-      Me ha parecido estupenda. Es la mejor que he comido hasta ahora y sí, Patricia, me temo que voy a tener que cambiar de opinión, porque si en vuestra generación hay unos cuantos que cocinen así, la continuidad de la cocina tradicional está garantizada. De todas formas, Miguel me parece que en el futuro te pediré que aprendas también a hacer algunos platos de la cocina francesa –terminó mientras reía-

En los días siguientes, Antonio empezó a preguntar a Miguel sobre sus planes de futuro.

-      Antonio, la verdad es que cuando me fui a Scarborough para mejorar el inglés, todavía no tenía claro si hacer un master para completar la formación o buscar un trabajo y aplazar unos años lo del master para sacarle más provecho cuando lo haga. Pero ahora, después de conocer a Patricia, creo que lo mejor será que busque trabajo, a ser posible en Barcelona, para estar más cerca de ella.

-      ¿No crees que os conocéis desde hace demasiado poco tiempo como para hacer los planes pensando en que sois una pareja?

-      Es cierto que hace sólo un mes y medio que nos conocemos, pero hemos estado juntos mucho tiempo, hemos hablado de todo y yo estoy convencido de que Patricia es la mujer de mi vida, y aunque eso siempre suponga un cierto riesgo, yo quiero hacer todo lo posible para facilitar que nuestra pareja termine siendo una familia y que sea muy duradera. 

-      Y ella ¿qué opina?

-    Por lo que me ha dicho, los dos estamos de acuerdo en todas estas cosas.

-      Miguel, quiero que sepas que Chantal y yo estamos muy contentos de que eso sea así. Si tú eres el hombre que ella ha elegido para compartir la vida, nosotros no tenemos nada que decir, salvo que os deseamos que seáis muy felices y, respecto a ti, que nos gusta mucho cómo eres.

Respecto al trabajo, te diré algo que todavía no he hablado con Patricia. Como me imagino que sabes, estoy empezando a expandir mi negocio inmobiliario en España, en concreto en la Costa Brava, y lo hago apoyándome en una persona que tiene una empresa muy implantada aquí y que, por su parte también está intentando expandirse en Francia.

Tenemos desde hace un par de años un acuerdo de mutua colaboración que está funcionando muy bien, y me ha comentado que está buscando una persona joven para incrementar su plantilla. Creo que tu formación cumple los requisitos que él desea y, si tú quieres, puedo mandarle tu curriculum. Si crees que te puede interesar, creo que sería bueno que antes te pusiera al día de cómo funciona este sector pero, sobre todo, lo más importante es que tú lo intentes sólo si este sector te atrae. Yo no le diré nada a Patricia mientras tú no me digas tu decisión y te aconsejo que tú hagas lo mismo, para que puedas tomarla con total libertad.

Los días fueron pasando y cada vez Antonio y Miguel pasaban más rato hablando. Una noche Patricia, cuando ya estaban en la cama le preguntó a Miguel:

-      ¿Se puede saber que os traéis entre manos mi padre y tú? Parece que le haces más caso a él que a mí.

-    Patricia, no pienses eso. Es verdad que hemos hablado mucho, pero estoy seguro de que cuando sepas el motivo, estarás muy contenta.

-      ¿Cuándo me dirás el motivo? si se puede saber.

-      Ahora mismo, si me dejas que te lo explique.

-     ¡Pues claro que te dejo! ¡No ves que lo estoy deseando!

Miguel le contó la idea de su padre y que la inmensa mayoría del tiempo que habían conversado, lo habían empleado en hablar del sector. La verdad es que su padre se lo había explicado de una forma que le había enganchado y, después de pensarlo bastante, se había decidido a probar. De momento, si salía bien, tendría la ventaja de que estarían a escasos 300 km de distancia y, además, sinceramente pensaba que le gustaría el trabajo. Le pidió que no hablara con su padre hasta después del desayuno, para que él pudiera decirle lo que había decidido.

Patricia puso algo de morros para echarle en cara que no se lo hubiera ido contando según pasaba, pero en el fondo estaba muy contenta. Estaba segura de que su padre conseguiría que le admitieran en la empresa de Jordi Nono, y le gustaba mucho que los dos hubieran congeniado tan rápido. Por descontado la máxima cercanía era una ventaja importante y, además, lo que no sabía todavía Miguel es que ella iría de vez en cuando a la empresa de Nono como enlace entre su empresa y la de su padre.

Al final se acurrucó a su lado y le fue haciendo caricias hasta que acabaron haciendo el amor, como todas las noches.

A la mañana siguiente Miguel le contó a Antonio su decisión, le pasó su CV, que pudo rescatar desde su cuenta de correo, una vez puesto al día con el curso de inglés y el certificado de aprovechamiento de la International Scarborough School y, por consejo de Antonio escribió una carta de puño y letra, dirigida al señor Nono, en la que se presentaba y explicaba su interés por el sector y por trabajar en su empresa.

Poco después Patricia se llevó a su padre a dar un paseo y ambos volvieron al cabo de unos minutos con cara de satisfacción, y Patricia le dijo a Miguel que la playa les esperaba y que él ya estaba tardando.
  


IV 

A finales de Septiembre Miguel se trasladó a Figueras porque el 1 de octubre empezaría a trabajar en Fincas Nono. Le trataron bien a su llegada y le propusieron que alquilara un apartamento por el que pagaría el precio de mercado, pero que tenía la ventaja de estar bien equipado y mejor situado.

Tal y como había planeado la joven pareja, a partir de entonces empezaron a pasar juntos todos los fines de semana. Cuando era en Montpellier, Miguel iba a casa de Patricia y cuando tocaba Figueras, ella se quedaba en su apartamento. Miguel trabajaba mucho y aprendía rápido, motivo por el que pronto le fueron ampliando las áreas de actividad. Nadie en la empresa entendía por qué razón le habían elegido a él entre todos los candidatos, ya que había habido muchos con una formación similar y, mira por donde, habían ido a escoger al único forastero. Pero a medida que iban pasando las semanas, iban desapareciendo las dudas sobre el acierto de la elección. Además, cuando acabaron por enterarse de que su novia vivía en Montpellier, ya que, semana sí semana no, les veían juntos por la calle, entendieron por qué razón él había querido trabajar en Figueras.

El bombazo sonó cuando, ya cerca de Navidad, un lunes apareció Patricia en la empresa. Casi todos la habían visto de vez en cuando con Miguel durante los fines de semana, e incluso algunos habían hablado con ella alguna vez, pero nadie sabía que era la hija del colaborador francés del señor Nono. De hecho Miguel se enteró de lo que iba a pasar el viernes anterior, cuando Patricia apareció con una maleta más grande de lo habitual y le explicó que era porque pasaría allí toda la semana.

No todos los compañeros de Miguel se lo tomaron bien, más bien al contrario. Él se lo explicó a quien quiso escucharle, pero no pocos le pusieron la etiqueta de enchufado. De todas formas, como Miguel no asistió a ninguna de las reuniones en que participó Patricia y siguió haciendo su trabajo habitual, se fueron dando cuenta de que su papel seguía siendo el del último que había entrado en la empresa. Ni siquiera Patricia y Miguel comían juntos ni salían a la misma hora, ni tampoco les vieron juntos por la calle, porque el poco tiempo libre que les quedaba lo pasaban en casa.

El sábado siguiente, Patricia invitó a los que eran más o menos de su edad y le habían caído mejor,  a cenar en casa de Miguel y fue un acierto porque fueron casi todos los invitados y lo pasaron bien. No se habló para nada del trabajo y el ambiente fue muy agradable, motivo por el que al lunes siguiente Miguel no tuvo que soportar apenas malas caras. A partir de entonces, cada dos meses Patricia pasaba una semana trabajando en Figueras y todo el mundo pudo comprobar que el trabajo de Miguel seguía evolucionando sin la menor muestra de favoritismo.

El tiempo fue pasando y Miguel siguió trabajando en distintos puestos de base. A él no se le escapaba que el señor Nono le estaba haciendo el favor de que pudiera aprender cómo funcionaba todo en cada uno de los distintos departamentos, sabiendo, como seguro que sabía, que más bien antes que después él se iría a trabajar a la empresa de Antonio López. Por descontado en Montpellier estaba sucediendo una cosa paralela y eso era así porque los dueños de las dos empresas pensaban que salían ganando en conjunto.

En verano, Patricia pasaba julio y agosto en el chalet de sus padres, aunque su padre pasaba cuatro días en Montpellier y tres en La Escala y Chantal prefería quedarse en la playa con su hija. Miguel iba cuando quería a pasar la noche con Patricia que, por su parte, también se acercaba a Figueras de vez en cuando. La pareja estaba feliz, más en verano que durante el curso, y ya nadie tenía ninguna duda de que eran una pareja  muy estable.

Al terminar el curso siguiente, Patricia terminó la carrera y decidió que valía la pena continuar los estudios y las prácticas para consolidar su derecho a ejercer ante los tribunales franceses. Esta decisión retrasó su traslado a España, que se produjo una vez logrado su objetivo y, a la vez, Miguel se cambió de una empresa a otra. Se inició una rápida expansión de la empresa Inmobiliaria Francoespañola y la pareja empezó también su vida en común de forma continuada.

Pocos años después llegaron los hijos, tres en total en un plazo de siete años, y la pareja siguió feliz, trabajando mucho y con unos resultados empresariales más que buenos. La pareja se fue haciendo cargo también del negocio en Francia, aunque lo hicieron poco a poco ya que Antonio seguía manteniendo una actividad relevante y ellos no quería forzarle a que la dejara en contra de sus deseos. Todos ellos soñaban con que la siguiente generación continuara con la empresa, pero sus hijos eran todavía demasiado jóvenes y no se habían decantado por lo que deseaban estudiar.

Cuando murieron los padres de Patricia, la pareja ya no era joven y se encontraron con la disyuntiva de qué hacer con las empresas. Ninguno de sus hijos habían querido continuar la empresa familiar y Patricia y Miguel decidieron venderla cuando recibieron una oferta interesante desde el punto de vista económico. Continuaron trabajando en la empresa durante dos años, como habían acordado con los compradores, y pasado ese tiempo decidieron retirarse y disfrutar de la vida viajando por todo el mundo, ya que su situación económica se lo permitía.

La vida continuó y sus hijos les hicieron abuelos. Tuvieron siete nietos en total. Uno de ellos, que también se llamaba Miguel y era bastante movidito, tuvo que escuchar una reprimenda de su abuelo porque le había pillado provocando una pelea con su hermano mayor. Como solía hacer en esos casos, el niño se refugió en las faldas de Patricia y cuando esta le recriminó dulcemente y le recomendó que no se peleara nunca con su hermano, se le ocurrió responderle de una forma que sorprendió a Patricia:

-  Claro, abuela, a ti te resulta fácil decir que no me pelee con mi hermano, porque como tú eres hija única nunca te has podido pelear con un hermano. Pero dime, ¿acaso no te has peleado nunca con el abuelo, con lo regañón que es?

-      Pues no, Miguel, tu abuelo, que no es nada regañón a pesar de que tú lo digas, y yo nunca nos hemos peleado ¿No nos ves lo felices que estamos juntos?

-  Sí, se os ve siempre contentos, pero yo pensaba que era porque habíamos venido a veros.

-  Cariño, esa es otra razón muy importante para que estemos tan felices, así que no dejes nunca de hacerlo y, ahora, ven que te voy a dar unos cuantos achuchones.

-   ¡Eso, eso abuela! ¡unos cuantos achuchones de los que tanto me gustan! ¿Le dirás al abuelo que me perdone?

-      No hace falta que se lo diga porque seguro que ya te ha perdonado. ¿Y tú, harás feliz a la abuela no peleándote más con tu hermano? 

-      Sí abuela ¡Por lo menos lo intentaré!     
          

                                                          

miércoles, 6 de mayo de 2015

El mal amigo (relato de Javier Alcaide)


El mal amigo es otro relato de la serie dedicada a los distintos tipos de amistad, de amor y de desamores.



El mal amigo

Paco llegó a casa después de haber vuelto a ver a muchos compañeros de la facultad con motivo de la cena de las bodas de plata de su promoción. Había habido de todo, como era de esperar, el reconocimiento fácil con los que seguía manteniendo la amistad y con los que veía de tanto en tanto por motivos de trabajo; también fue sencillo con otros a los que reconoció al instante, a pesar de que los veinticinco años pasados ya se notaban en el aspecto y, por descontado, hubo un montón a los que no reconocía, en unos casos porque realmente no había tenido mucha relación con ellos en la época de la facultad y, en otros, porque el cambio del aspecto físico había sido muy acusado. Suerte que a los organizadores se les había ocurrido preparar un cartelito para cada uno con el nombre y los apellidos en letra muy grande, lo que le había evitado tener que pedir continuamente disculpas a sus interlocutores, por no recordar de quien se trataba.

La cena había sido muy agradable, pero también había tenido un encuentro en ella que no podía calificar de agradable ni de desagradable. Quizás el mejor adjetivo era de indiferente, aunque sólo se lo podía aplicar al hecho de que realmente le era indiferente que el encuentro hubiera ocurrido porque, ya en casa, empezó a recordar lo sucedido más de dos décadas antes.

Cuando estaba en segundo curso, coincidieron dos procesos de relación para él muy importantes: poco a poco se fue enamorando de Celia, la chica con la que siempre iba durante los veranos y las semanas santas mientras estaba en la playa y, a la vez y sin que tuvieran ninguna relación, se fue afianzando su amistad con Jotaele, compañero de curso desde el año anterior.

Un par de años después, Jotaele formó pareja con Mariluz y los cuatro empezaron a coincidir, muy de vez en cuando ya que Celia vivía en Valencia y el resto en Madrid. Pero Celia y Mariluz se hicieron también muy amigas, lo que hacía que los encuentros a cuatro fueran cada vez más frecuentes y siempre muy agradables. En ocasiones fueron a seis o a ocho, porque se juntaban otras parejas, también de la facultad, en las que uno de los dos también era del mismo curso.

Al terminar la carrera Mariluz y Jotaele se casaron muy rápido, porque los dos encontraron trabajo en seguida y Mariluz no estaba a gusto en casa de sus padres. Celia y Paco todavía no habían decidido nada al respecto, porque a Celia le faltaban dos cursos para terminar su carrera, al margen de que ellos pensaban que era mejor esperar unos años antes de formar una familia.

Un año después, Paco seguía viendo relativamente poco a Celia, porque su trabajo tenía un horario excesivamente extenso. Trabajaba en una consultora y eso le suponía jornadas semanales que casi siempre superaban las sesenta horas de trabajo efectivo, incluyendo las mañanas de casi todos los sábados. De todas formas Celia iba a verle a Madrid no pocos fines de semana y seguían juntándose en la playa siempre que Paco disponía al menos de un par de noches seguidas libres.

En una ocasión, Jotaele llamó a Paco un viernes por la tarde y le dijo que Mariluz y él habían pensado en ir a la playa para dar una sorpresa a Celia aquel fin de semana. Celia le había comentado a Mariluz que aquel fin de semana iría a la playa y se les había ocurrido que ellos tres también podrían ir y presentarse en su casa. Paco pensó que no sería un problema, ya que siempre podrían dormir en el apartamento de sus padres, y a él siempre le apetecía estar con su novia, aunque fuera sólo durante unas horas. Llamó a su madre, le preguntó si podía ir al apartamento y cuando ella le dijo que claro que podía ir, vaya tontería que le preguntaba, volvió a llamar a Jotaele y quedaron en que saldrían en cuanto el pudiera irse de la oficina.

Sobre las seis de la tarde del sábado llegaron a la playa y, cuando se estaban acercando a la casa de Celia, Mariluz le advirtió que le parecía que aquella muchacha que se veía a lo lejos podía ser Celia. Al acercarse un poco más él comprobó que en efecto era su novia la que estaba allí y se paró al llegar junto a ella, dio un pequeño toque de bocina para llamar su atención y ella se acercó a saludarles. No le pareció a Paco que estuviera muy sorprendida, pero pensó que quizás ella también había reconocido el coche desde lejos.

Celia y Mariluz organizaron el plan del resto del sábado y del domingo y Paco notó que su novia se mostraba un tanto distante con él. En un momento en que los dos estaban solos en el comedor, mientras Mariluz y Jotaele preparaban algo de cena en la cocina, intentó darle un beso y ella lo evitó. Ante su sorpresa, ella le dijo que luego hablarían los dos, que tenía cosas que decirle, y que aquella noche cada unos de los dos dormiría en su casa.

Después de la cena, en la que Paco pensó que el único que estaba triste era él, la otra pareja dijo que se iban a su habitación y Paco pensó que seguramente era para que ellos se quedaran a solas. Celia le pidió que la acompañara a su apartamento y que allí hablarían y Paco se sintió cada vez más intrigado por lo que estaba pasando; comprobó que llevaba las llaves del coche y de su casa y se dispuso a acompañarla.

Una vez en el apartamento de Celia se sentaron, pero no los dos en el sofá, como solían hacer, sino que ella se sentó en un sillón, con lo que le mostró de nuevo que deseaba guardar una cierta distancia. Alguna vez había hecho lo mismo después de alguna discusión, pero él no era consciente de que hubieran tenido ninguna en los últimos meses, en los que se habían visto muy poco por culpa de su exceso de trabajo.
-  Celia ¿me puedes decir que está pasando? ¿te ha molestado que hayamos venido sin avisarte?
-  No, Paco, no es eso. Lo que ocurre es algo mucho más serio. Lo he pensado mucho y creo que ha llegado el momento de dejar nuestra relación. Nunca me lo hubiera imaginado porque siempre te he considerado un excelente amigo, el mejor que he tenido en mi vida, cuando todavía no éramos pareja, y el hombre que me gustaría para padre de mis hijos, cuando me di cuenta de que los dos estábamos enamorados.
- Celia, si eso es lo que sientes, ¿por qué quieres ahora que nos separemos?
-  Cuando te veo la cara con la que me lo dices, me da pena. Parece como si no supieras los motivos que tengo, pero estoy segura de que los conoces, y eso me confirma aún más que mi decisión es la acertada. No quiero echarte nada en cara, ni tampoco quiero que nuestra relación termine de una forma desagradable. Por eso, simplemente te digo que no quiero seguir contigo y te pido que no me hagas más preguntas. Mañana estaremos juntos por última vez. Yo no les diré nada ni a Mariluz ni a su marido de nuestra ruptura, y preferiría que tú tampoco se lo digas al menos mientras yo esté con vosotros. En realidad preferiría que se lo digas cuando tú quieras, pero una vez que estéis de vuelta o ya hayáis llegado.
-  Celia, la verdad no sé qué decirte, porque estoy absolutamente sorprendido. Espero que al menos me permitas decirte que me gustaría que te lo pienses el tiempo que quieras y que una vez que lo hayas hecho me lo digas. Por descontado aceptaré tu decisión, que espero que no sea tan drástica como la que me has dicho, y quiero que sepas que, sea cual sea, siempre estarás en mi corazón, porque eres la mujer a la que más he querido en mi vida.
-  Paco, una última cosa te quiero pedir. No me preguntes por qué, pero querría que te quedaras a dormir aquí, en la misma habitación que yo, pero en la que tiene las camas separadas. Espero que así entiendas un poco mejor las cosas.
-  Como tú quieras Celia, pero sigo sin entender nada.
-  Lo siento Paco, pero ya va siendo hora de que madures.

Efectivamente, durmieron en camas separadas y Paco pudo comprobar, durante las dos o tres horas que tardó en dormirse, que Celia dormía plácidamente. A la mañana siguiente se juntaron con sus amigos para desayunar y pasar el resto de la mañana juntos. Después de comer se despidieron y a Paco le seguía sorprendiendo la actitud de los otros tres.

Durante el viaje de vuelta, los comentarios de Jotaele y de Mariluz le parecían surrealistas. Lo bien que lo habían pasado los cuatro juntos y lo bueno que sería repetirlo más a menudo. Paco intentó varias veces cambiar de tema de conversación, con poco éxito, y al final decidió seguir conduciendo sin hacer comentarios.

Al cabo de un par de semanas recibió un correo de Celia en el que le pedía que definitivamente diera su relación por terminada. Ella quería pasar página y preferiría no saber nada más de él. De hecho había decidido cambiar su cuenta de correo y su número de móvil y esperaba que cuando él fuera a la playa, procurara evitar que se encontraran.

El tiempo fue pasando y al cabo de unos pocos años su relación con Jotaele terminó también de una forma bastante brusca. Jotaele le presionó para que consiguiera que su empresa adjudicara un contrato a la oferta que él presentaría y le ofreció el 3% del precio de adjudicación si la ganaba. Paco le dijo que no haría nada para conseguirlo, que hiciera una buena oferta y que si la ganaba se alegraría por él pero que, por descontado, no cogería ni un céntimo. Jotaele presentó la oferta, que resultó ser casi un 35% más cara que la que ganó. Después de saber el resultado invitó a Paco a tomar un café simplemente para decirle que ya no eran amigos, y ya no le volvió a ver hasta la cena de los 25 años.

Supo, por otros compañeros de la facultad, que se había separado de Mariluz cuatro o cinco años después de su ruptura con Celia. Para entonces ya tenían dos hijos y el menor no había cumplido todavía un año y, según le dijeron, el motivo había sido una serie continuada de infidelidades. Con el tiempo fue conociendo más detalles de su comportamiento, tanto en los aspectos profesionales como en los de relación con algunos amigos comunes y llegó a la conclusión de que en realidad Jotaele nunca había sentido amistad por nadie.

La mayor sorpresa la tuvo un par de años antes de la cena de los 25 años de la promoción. El seguía yendo, aunque muy de vez en cuando, al apartamento de la playa que sus padres seguían teniendo. Una tarde, mientras tomaba una cerveza en un chiringuito, se le acercó una mujer que enseguida reconoció. Era Celia, que iba sola, y le pidió permiso para sentarse con él. Se levantó para darle un par de besos, mientras ella sonreía porque notó la alegría de Paco por el reencuentro y, después de los habituales besos en la mejilla, le dio un abrazo para mostrarle su afecto.

Pidió también una cerveza y tras contarse brevemente su vida en las dos últimas décadas, Celia le dijo que hacía tiempo que esperaba la oportunidad de poder hablar con él.
-  Paco, no sabes las ganas que tenía de hablar contigo. El motivo no es otro que darte la explicación que te negué cuando te dije que no quería volver a verte. Espero que después de lo que te voy a contar, todavía sigas teniendo ganas de hablar conmigo, pero ahora déjame que te explique lo que ocurrió entonces.
Como seguramente recordarás, durante los últimos meses de nuestra pareja nos vimos poco, por exceso de trabajo según me decías. Pero yo tenía otra fuente que me decía lo contrario. Esta fuente era Jotaele que siempre que iba por trabajo a Valencia me llamaba para que comiéramos o cenáramos juntos. En una ocasión me hizo una propuesta que me dejó descolocada: me dijo que vosotros tres, Mariluz, él y tú, teníais ganas de hacer un intercambio de parejas, pero que para aseguraros de que todo fuera bien habíais pensado que lo mejor era primero probar de dos en dos, que Mariluz y tú ya lo habíais hecho con buen resultado y que ahora a él le gustaría que nosotros dos pasáramos juntos la noche, para ver si también nos entendíamos bien en la cama.
Yo le dije que no, que no entraba en mis intenciones hacer ningún intercambio de parejas ni tampoco pasar con él ninguna noche y él se mostró muy sorprendido porque, según dijo, tú le habías dicho que ya lo habíamos hablado. Me pidió que no dijera nada a nadie de esa conversación y que lo dejara de su cuenta, que él se encargaba de que nunca volviera a oír hablar de ese proyecto. Cuando nos despedimos me dijo que si alguna vez cambiaba de idea, se lo dijera, porque yo le gustaba mucho y yo me quedé más que preocupada.
Fui una tonta, porque no lo hablé contigo ni tampoco con Mariluz. Me sorprendió un poco que al cabo de unas semanas Mariluz me llamara para proponerme que los cuatro nos viéramos en la playa. Se suponía que sería una sorpresa para ti, pero a mí me resultó un tanto extraño y me temí que fuera una encerrona para forzarme a aceptar el intercambio. Decidí que eso no pasaría más, y pensé que lo mejor era cortar por lo sano. Dejaría de salir contigo y me encargaría de pasar la noche en un apartamento diferente del que ocuparan ellos dos.
Me sorprendió tu actitud, porque aparentemente no te enterabas de nada, y pensé que me habías estado engañando todo el tiempo. Me comporté como ya sabes, y rompí la relación contigo sin darte ninguna explicación.
Unos meses después recibí una llamada de Mariluz, y me di cuenta de que ella no sabía que ya no estábamos juntos, pero tampoco quise comentar ningún detalle con ella. Para mí lo peor ya había pasado, aunque seguía convencida de tu mal comportamiento.
Muchos años después, volví a tener noticias de ella. Me dijo que estaban separados y que era la mejor decisión que ella pudo tomar, porque Jotaele le había decepcionado totalmente desde todos los puntos de vista. Me preguntó por ti, y le dije que no sabía nada desde que pasamos juntos aquel mini fin de semana. Se sorprendió mucho de que hubiéramos terminado entonces y me dijo que le gustaría que las dos nos viéramos una tarde para comentar nuestras vidas. Estuve a punto de decirle que no, que para mí aquello era una página de mi vida ya cerrada, pero al final acepté, porque tuve la impresión de que Mariluz necesitaba alguien a quien contarle sus problemas.
Me sorprendí un montón cuando me contó lo ocurrido y me aseguró que nunca habíais hablado de intercambio de parejas, ni os habíais ido tú y ella a la cama con o sin conocimiento de Jotaele. Me contó la sarta de infidelidades de que ella había sido objeto y yo al final le conté los motivos que tuve para dejarte.
Tras esta conversación con Mariluz, llegué a la conclusión de que había sido muy injusta contigo y pensé que sería bueno tener la oportunidad de contártelo todo y pedirte disculpas. Desde entonces, siempre que vengo procuro pasar por los sitios donde creo que tú puedas estar con la esperanza de verte y hoy, por fin, te he encontrado y te he podido meter este rollo que no sé cómo te tomarás.
-  ¡Vaya sorpresa que me has dado, Celia! La verdad es que no se qué decirte, porque todavía no salgo de mi asombro.
-  Paco, ¿podrás perdonarme?
-  Por eso no te preocupes, Celia. Me sorprende que no fuéramos capaces de aclarar las cosas, pero pasó lo que pasó y cada uno hemos seguido nuestra vida. Ahora, lo único que nos queda es decidir lo que haremos en adelante ¿no crees?
-  Tienes razón ¿Me dejas que te haga una pregunta?
-  Sí, claro. Dispara cuando quieras.
-  ¿Recuerdas lo último que me dijiste aquel domingo?
-  Creo que te pedí que te pensaras lo de la ruptura y que añadí que, al margen de tu decisión, yo te seguiría queriendo.
-  Veo que te acuerdas bien. Y ahora ¿qué piensas de mí?
-  Nada especial. Te agradezco que me hayas contado lo ocurrido, porque nunca entendí lo que pasó y ahora sé que nunca me lo podría haber imaginado. Han pasado muchos años y cada uno de nosotros ha tomado un camino diferente en la vida. Tu tenacidad ha logrado que nos hayamos vuelto a ver y tu sinceridad me ha permitido conocer las razones de lo que ocurrió. Pero para dar una opinión de ti, tal y como eres ahora, necesito bastantes más elementos de juicio.
-  ¿Querrás que nos sigamos viendo de vez en cuando?
-  Sí, claro. Me gustará saber más cosas de cómo te ha ido la vida y como has evolucionado, así que para mí será un placer verte de vez en cuando.

A partir de entonces se veían en la playa cuando coincidían y pasaban un rato a gusto charlando de todo un poco. En pocas palabras, seguían siendo amigos. Jotaele había conseguido que desapareciera su amor, pero no que acabaran enemistados, y a Celia y a Paco, a esas alturas de la vida, Jotaele les importaba un rábano.