lunes, 31 de diciembre de 2012

Los peligros de la privatización de la sanidad en Madrid



El gobierno de la comunidad autónoma continúa implacable su plan de “privatizar” la sanidad.

No es un plan nuevo, ya que desde hace años se está privatizando la gestión de los nuevos hospitales, excepción hecha, hasta ahora, de la atención sanitaria.

Es verdad que esta privatización no ha supuesto, todavía, que se tenga que pagar por la atención médica, aunque las empresas que tienen interés en hacerse con el control de la sanidad ya han empezado a hacer un pingüe negocio ¿a costa de quien?

Pero una vez alcanzada esta meta sin que haya habido ninguna oposición relevante por parte de la ciudadanía, que es cierto que apenas ha notado cambios en la atención (excepción hecha de algunos detalles derivados del ahorro de costes, no por mejor gestión sino por reducción de las prestaciones o de los equipamientos puestos a disposición del personal sanitario, que un número reducido, pero creciente, de usuarios ha ido notando en sus casos particulares) ya se han lanzado de lleno a la privatización progresiva de la atención sanitaria.

Los argumentos de los políticos que la imponen son claros: es necesario ahorrar costes mediante la desaparición del despilfarro que se deriva de la gestión pública.

Los argumentos de los contrarios no son menos contundentes: eliminen los despilfarros que puedan existir, pero manteniendo la gestión pública y, en el peor de los casos, el sector público se ahorrará el beneficio que seguro que se llevará la iniciativa privada ¿o lo van a hacer gratis et amore?

Pero el mayor peligro está por venir. Si la sociedad lo acepta, poco a poco iremos irremisiblemente avanzando hacia el modelo americano, aunque ligeramente modificado por la casi universalidad del punto de partida: la sanidad de coste no excesivo la seguirá proporcionando el sistema público, aunque eso sí, con importantes retrasos para que el máximo de personas se deriven “voluntariamente” hacia la sanidad privada, y la sanidad cara, que casualmente es la que puede proporcionar mayores beneficios, desaparecerá de hecho del catalogo público (por la vía de las colas que harán que la mayoría de los pacientes que no se deriven a la privada mueran por falta de atención en los plazos requeridos) y sólo los que la puedan pagar, podrán superar esas enfermedades.

Sólo hay que tener en cuenta dos datos para darse cuenta de lo que nos espera: en Estados Unidos cada año se gasta en sanidad (entre pública y privada) un 15% del PIB cifra que en España aún no llega al 8% (y nuestro PIB por habitante es bastante menor) pero, oh maravilla, la vida media es superior en España en unos cinco años. Es de esperar que, gracias al nuevo modelo, ambas diferencias se vayan reduciendo a gran velocidad. Gastaremos al menos el doble en sanidad y viviremos cinco años menos de media (y de paso cobraremos cinco años menos la pensión habiendo cotizado lo mismo).

No se puede decir que los médicos de Estados Unidos sean malos, ni que los medios técnicos sean allí peores. La diferencia es el modelo, que en un sistema público bien gestionado debe proporcionar al paciente el tratamiento que sea más adecuado para curar lo antes posible su dolencia y en un sistema privado bien gestionado lleva irremisiblemente a darle el tratamiento que deje un mayor beneficio al sistema sanitario (que salvo raras excepciones no es el más adecuado para el paciente, pero sí el más caro.

¿Cual es la única solución que nos queda a los ciudadanos? Sencillamente dejar de votar a cualquier partido que no se comprometa, públicamente y de forma inequívoca a dar marcha atrás en el proceso de privatización en la sombra. Y también, aquellos a quienes les hagan encuestas electorales, podrán decir claramente que su voto está dirigido principalmente a conseguir que no se privatice la sanidad.