jueves, 22 de octubre de 2015

Compromiso



Aquel viernes, el primero de la primavera de 2015, Marta se encontraba en el AVE que la llevaría a Barcelona. Iba a pasar el fin de semana, aunque no tenía ningún plan concreto.

A sus cuarenta años, llevaba tres separada de Martín. Se habían conocido en el instituto, pero no fueron pareja hasta que ambos estaban a punto de terminar sus estudios en la Universidad. Él de Magisterio y ella de Comunicación.

Se casaron varios años después, a los treinta y cinco y, aunque llevaban más de diez años de pareja y ella estaba convencida de que le conocía bien, pronto se llevó una sorpresa que no mucho después se convirtió en decepción. Él no era en absoluto como ella creía, y no porque le hubiera engañado u ocultado cosas inconfesables. No, simplemente se dio cuenta de que era un buen amigo, estupendo para ir con él de fiesta o de vacaciones, buen compañero de cama, pero le faltaba algo. No era la pareja que ella necesitaba para formar una familia.

Así que dos años más tarde, aprovechando una de las pocas discusiones que habían tenido en su vida, que además había sido por motivos de política aunque ninguno de los dos estuviera especialmente metido en ella, le planteó lo que llevaba varios meses en la cabeza y le dijo abiertamente que su matrimonio no iba bien y que aunque no tenía ninguna queja especial, pensaba que era un fracaso, por lo que pensaba que lo mejor era que, sin prisas ni enfados, cada uno tomara su camino.

Martín le dijo que si ella pensaba así, así lo harían, aunque él preferiría, si era posible, seguir manteniendo con ella una buena relación, porque la apreciaba mucho y si no era adecuado seguir viviendo juntos, quizás sí que pudiera serlo el verse de vez en cuando, como hacían antes de ser pareja.

Marta se quedó bastante sorprendida de su reacción, pero en el fondo pensó que era una prueba más de que estaba en lo cierto.

Un mes más tarde, Martín le dijo que ya había encontrado alojamiento, un apartamento pequeño que había alquilado en un barrio barato y con buena comunicación con su trabajo, y que ese fin de semana se mudaría.

A la semana siguiente, su amiga Conchita le comentó que aquel fin de semana había visto a Martín en compañía de una chica a la que no conocía, y no se cortó lo más mínimo al decirle que qué poco había tardado en encontrar repuesto.

Por eso le sorprendió que, la misma noche de su conversación con Conchita, Martín la llamara para preguntarle qué plan tenía para el siguiente fin de semana. 

Como le había pillado de improviso le dijo que todavía no había pensado nada y cuando se quiso dar cuenta se encontró con una propuesta como las que él le había hecho quince años antes, a la que no supo, o no quiso, decir que no.

Y realmente fue como cualquier fin de semana de aquella época, con la diferencia de que no tuvieron que arreglárselas para ir a dormir juntos a la casa de los padres de él o de ella, la que estuviera libre, sino que acabaron en la casa de ella, la que había sido común durante un par de años.

Pasaron dos años con una relación parecida. Con bastante frecuencia pasaban juntos el fin de semana, aunque bastaba que uno de los dos dijera que tenía otro plan, para que ese fin de semana cada uno fuera por su lado.

Martín la llamaba una o dos veces entre semana, aunque no comentaba nada de su vida personal, sólo cosas de trabajo o, a veces, cosas de amigos comunes a los que había visto o con los que se había comunicado por internet.

Ella se hacía la estrecha a su manera, haciendo que siempre fuera él el que llamara, pero como siempre había sido así, a Martín ni le sorprendía ni le preocupaba.

Sólo su amiga Conchita le metía cizaña de vez en cuando, contándole que se le había visto por aquí o por allá. Si estaba acompañado, para decirle que como podía ser tan tonta de aceptarle en su cama, a la que sólo iba cuando él no tenía otra opción más apetecible, argumento que cambiaba cuando se le había visto sin pareja por la crítica de que a Martín nadie le haría caso, si no fuera porque ella era tan tonta que sí se lo hacía.

Pero Marta, en el fondo, estaba a gusto en esa situación. La relación era casi perfecta porque se limitaba a fines de semana, puentes y vacaciones. Lo pasaban bien, se divertían un montón y ella tenía un hombro amigo en el que apoyarse. De hecho, Marta empezó a desear volver a vivir juntos, porque él parecía seguir enamorado.

Poco a poco le fue engatusando y cuando un día Martín le comentó que tenía que buscarse otro piso, porque la dueña lo necesitaba para ir ella a vivir en él, le propuso que se mudara al suyo y que no tuviera prisa por buscar otro, porque a ella le gustaría que intentaran recuperar su matrimonio.

Martín le agradeció la oferta y la aceptó, y en tono de broma le añadió que si las cosas se volvían a torcer, buscaría otra casa.

Lo hizo antes de que pasara un año. Tras unas vacaciones que pasaron juntos, él volvió a trabajar antes que ella y cuando ella regresó le dijo simplemente que se había mudado a su nuevo domicilio.

Para Marta esa decisión tan abrupta fue un palo bastante duro. No había habido ninguna discusión, pero tenía que reconocer que, aunque ella se había comprometido mucho más con el objetivo de salvar el matrimonio, las cosas iban poco más o menos como la primera vez. Pero le dolía que esta vez él hubiera sido el que había tomado la decisión de separarse y también la forma de irse, casi sin mediar palabra.

Conchita le insistió en que esta vez tenía que cortar la relación definitivamente, pero Martín seguía empeñado en seguir con las antiguas costumbres y ella lo aceptaba. La única variación fue que en esta última etapa Martín la llamaba casi todos los días.

En un par de ocasiones, Conchita había buscado una potencial pareja para Marta y la había achuchado para que se lanzara un poco. Ella le había hecho caso, aunque sin ningún resultado pasadas las dos o tres primeras semanas de gracia que ella les había dado a los candidatos sin decirlo. En ambas ocasiones, Conchita le había insistido en que eran mejores que Martín, y Marta le había respondido que si tan buenos eran para ella, que se los quedara, de uno en uno o todos juntos.
Pero en las dos ocasiones, Martín al enterarse de que ella tenía otra pareja había dejado de llamarla y, sin comentar nada ni dar ninguna explicación, había vuelto a hacerlo cuando ella les había despachado. Estaba claro que el círculo de amigos comunes se empeñaba en tenerles al día de los amoríos del otro, y lo conseguía.

Mientras iba en el Ave hacia Barcelona, Marta tuvo una larga conversación con Conchita. Su amiga le insistió de nuevo en que tenía que cortar de raíz la relación con Martín y ella le contestó que sí, que pensaba que no valía mucho la pena mantener esa relación en la que él no se comprometía en absoluto y ella también había dejado de hacerlo. Pero a continuación le manifestaba que no sabía cómo hacerlo, porque aunque algunas veces le había dicho que fuera espaciando sus llamadas, que no le llamara más de una vez a la semana y que no salieran juntos más que una vez cada dos meses, él no cumplía lo de las llamadas y la salida bimensual, que siempre la cumplía, era un viaje –sólo como amigos- le decía a Conchita, aunque para si pensaba -como amigos con derecho a roce-  

También le contó a su amiga que ella creía que para Martín este tipo de relación era perfecto. -Vive solo, que es lo que le gusta. Cuando le apetece me llama y de tanto en tanto nos vamos juntos de viaje, pero la verdad es que yo me he acomodado a esta situación- y Conchita le contestó que al menos ya empezaba a darse cuenta de que a ella eso no le convenía, porque en unos pocos años le sería más difícil encontrar otra pareja y cuando eso pasara él se iría con otras más jóvenes.

La ofensiva de Conchita arreció cuando le contó que Martín había recibido una casa por la herencia de una tía y que cuando le preguntó que pensaba hacer con ella le contestó que la vendería y que con lo que sacara se compraría un pisito en el que pudiera vivir sólo y ahorrarse el alquiler. Vivir sólo, le remachó Conchita, eso es lo que le gusta, lo que él quiere y lo que hará.

Terminaron la conversación porque el tren ya llegaba a Barcelona y Marta pensó que tendría que plantearse seriamente su futuro, aunque quizás lo mejor sería tomar definitivamente la decisión de no volver a tomar nunca más ningún compromiso de pareja ni con Martín ni con nadie.