David corrió a dar la noticia a su padre en cuanto éste abrió la puerta a la vuelta del trabajo.
- ¡Papá! ¡Papá! ¡¡¡Me han puesto un Bien como un
castillo en lengua, y ha sido por mi comentario sobre Fray Perico y su
borrico!!!
Daniel chocó las palmas con su
hijo y le cogió en brazos. Había un brillo especial en su mirada que le hizo
pensar que había algo más que la buena noticia de una nota muy especial, porque
para David no era tan extraño recibirlas.
- David, estoy muy contento de tu Bien como un
castillo, así que ¡cuéntame cómo ha sido!, porfa
- Pues nada, que el viernes la seño nos dio una
nueva lista de libros para que eligiéramos las lecturas de este mes y entre
ellos estaba Fray Perico y su borrico, y como tú me lo habías regalado y yo ya
lo había leído, lo elegí el primero de los tres que me tocaban.
El sábado me lo volví a leer porque si no,
no vale elegir un libro que ya has leído, y me volvió a gustar mucho y el
domingo hice la recensión. Ayer se la di a la seño, que se quedo bastante
asombrada de que la hubiera hecho tan rápido, pero le dije que ya lo tenía y
hoy me ha dado la nota, aunque antes de ponérmela me la ha hecho leer delante
de todos y me parece que les ha gustado mucho.
- ¿Me dejas que lea tu recensión?
- ¡Claro papá! Aquí la tienes
Daniel,
que así se llama el padre de David, se puso a leerla:
Fray
Perico y su borrico es uno de los cuentos más divertidos que he leído. Trata de
un fraile nuevo en el convento, que se llama Perico, que todo lo hace mal pero
es muy bueno. Los demás frailes tienen unos nombre bastante raros que además
riman con sus oficios: Fray Nicanor el Padre superior, Fray Olegario el
bibliotecario, Fray Cucufate el del chocolate, Fray Bautista el organista, Fray
Ezequiel el de la miel, y así todos.
Por
suerte para Fray Perico, sin saber por qué, tenía enchufe con San Francisco,
porque cuando hablaba con él le hacía caso y cuando se metía en algún lío él se
lo arreglaba.
En
una ocasión, el convento se había llenado de ratones y se organizó una batalla
que copio del cuento:
"Los
frailes tocaron a generala. Se armaron de escobas y zapatillas. El gato se afiló
las uñas. Cada fraile se escondió detrás de una puerta. Fray Pirulero puso un
trozo de tocino en medio del pasillo. Miles de ratones salieron de sus escondrijos
oliendo a chamusquina. ¡La que se organizó! Escobazos por aquí, zapatillazos
por allá, un fraile con un chichón, el gato dando saltos, los ratones dando
chillidos."
Al
final Fray Perico regañó a los frailes por matar a tantos ratones, curó a los
heridos, preparó el entierro de los muertos y consiguió que los frailes y los
ratones firmaran la paz, y los ratones se fueron a vivir a otro sitio y sólo
volvían al convento el día de San Francisco para saludarle meneando el rabo.
Este
cuento me lo regaló mi papá por mi santo y me contó que su autor, que se llama
Juan Muñoz, había sido su profe de lengua y estaba escribiendo ese cuento
cuando él tenía diez años. Mientras lo escribía, lo leía en clase de lengua y
mi papá y toda su clase se lo pasaban bomba escuchando las peripecias de Fray
Perico. Y no me extraña porque yo, que ya lo he leído dos veces, me sigo
partiendo de risa con las cosas que le pasan a Fray Perico.
- Muy bien David, está muy bien. No me extraña
que tu profesora te haya puesto tan buena nota. Ahora te voy a dar una noticia
que te gustará, porque ¿sabes que Fray Perico, o su libro, ha hecho un milagro?
- No Papá, no lo sabía. ¿Me lo puedes contar?
- Claro David, pon atención que es interesante:
hace unos meses leí el caso de un niño llamado David, como tú, que estaba
malito. Se había quedado como dormido y no se despertaba. Sus padres se lo
llevaron a casa para estar siempre con él y aprendieron a cuidarle para que
siguiera viviendo en casa, aunque sin despertarse.
Su mamá le leía cuentos, los que más le
gustaban y también algunos nuevos que le dejaban o que compraba. Le leía cada
vez un ratito, entre un cuarto de hora y media hora, para no cansarle. Un día
cayó en sus manos un ejemplar de Fray Perico y su borrico. Se lo había dejado
una amiga, que se lo recomendó porque a sus hijos les gustaba mucho, y ella se
puso a leerlo.
Al cabo de unos días, cuando ya había leído
más de la mitad del cuento notó que su hijo sonreía. Era la primera vez que le
veía sonreír desde que cayó enfermo, pero ella siguió leyendo. Notó que la
sonrisa era cada vez mayor y decidió continuar. De repente escuchó como su hijo
soltaba una carcajada. La buena mujer no sabía qué hacer, si llamar a su marido
y llevar al niño al hospital o seguir leyendo, pero era tal la cara de felicidad
de su hijo que continuó leyéndoselo hasta que lo terminó.
Al acabarlo, miró a su hijo, que por fin
estaba despierto, y se puso a llorar de alegría. Su hijo, se la quedó mirando y
le preguntó:
- Mamá ¿por qué lloras? ¿Es que no te gusta el
cuento que me has leído?
- Claro que me gusta hijo. Es el mejor cuento
que te he leído nunca y lloro de alegría, no de tristeza, porque por fin te has
vuelto a despertar.
Llevaron
a David al hospital y los médicos le observaron durante unos pocos días y no
notaron que tuviera nada mal y, por suerte, el niño se recuperó y pudo volver
al cole. Casi nadie le dio demasiada importancia a que el cuento que estaba
escuchando cuando se despertó fuera precisamente Fray Perico y su borrico, pero
la mamá de David está convencida de que habían sido las trastadas de Fray
Perico las que habían tenido el efecto de hacerle reír con tantas ganas que se
puso a hacerlo a carcajadas y éstas le hicieron despertar.
- Papá ¿puedo contar esto en la clase?
- Sí, si la profesora te deja. Pero pregúntaselo
a ella antes de hacerlo.
Al día siguiente, David esperaba
de nuevo impaciente la llegada de su padre, para contarle las novedades:
- Papá ¿sabes qué?
- No David -respondió Daniel- pero cuéntamelo y
así lo sabré.
- Se lo he preguntado a la seño y me ha dicho que
sí, que lo contara si quería. Lo he hecho y al terminar todos los niños que no
lo habían elegido, querían leer "Fray Perico y su borrico" y al final
la seño les ha dejado cambiarlo a todos.
- ¿Y los compañeros que te han dicho a ti?
- Algunos que tengo mucho morro por tener un
papá que ha tenido como profe de lengua a un escritor de cuentos tan
divertidos. Otros no se creían que fuera verdad, pero cuando les he enseñado el
libro y han visto la dedicatoria que te puso tu profe, se lo han tenido que
creer. Y Patricia, la niña que ya sabes que me gusta, me ha dicho que le había
gustado mucho la recensión y aún más la historia de hoy, y que si el sábado
podía ir a tomar una hamburguesa con ella.
- ¡Ese sí que es un buen premio, eh pillín!
- Si Papá, sí que lo es. ¿Me llevaréis Mamá o
tú?
- Sí, lo haremos, pero lo mismo te llevamos los
dos.